Tuesday, March 25, 2008





LA SEMANA SANTA









No siendo cercano a sacristías y albergando escasa disposición al arrepentimiento, debo reconocer que desde siempre he mirado con buenos ojos la Semana Santa. Y no estoy demasiado seguro de que la Iglesia Católica se sienta tan cómoda como podría imaginarse en estos eventos que presuntamente la toman como referencia pero tienden a escapar a su control. Un cura de pueblo me confesó en una ocasión que le ponía enfermo ver vestidos de nazareno a tipos que jamás pisaban el confesionario machacarse los pies descalzos con la cara de contrición que requiere ese gigantesco espectáculo que son las procesiones. Tampoco creo que les hagan gracia exhibiciones impúdicas de pasión como la que presencié hace unas pocas noches en la Semana Santa granadina, en pleno Albaycín, con voces gitanas desgarrándose al grito de ¡AURORA, GUAPA! o el aplauso casi futbolístico para los costaleros -QUE NO LOS HAY MEJORES EN TOA GRANÁ!- cuando levantaron un Cristo inmenso con evidente peligro de despeñarse por la cuesta del Albaycín y aplastar a una muchedumbre encandilada.

El misterio de las imágenes… Recuerdo que una alumna argentina, Silvia, me contó que llegó a España justamente por estas fechas. Bajó del avión y encontró las calles del Distrito Marítimo de Valencia (Semana Santa Marinera, of course) repletas de miembros del Ku Kux Klan desfilando a ruido de tambor y en medio del silencio asustado de los ciudadanos. Teniendo en cuenta que además aquella chica era judía, no es extraño que se preguntara a qué clase de país de pesadilla la habían traído sus padres…Por fortuna, solo se trataba de mostrar el dolor por la muerte del Salvador.

Claro que Silvia sí supo captar algo: la Semana Santa da miedo. Y del miedo nace parte de la veneración. Difícil no conmoverse cuando, a un paso de entrar en la Iglesia, una Virgen granadina inmensa aparece de pronto saliendo de un callejón oscuro entre exclamaciones de amor y ojos llorosos. Difícil no mirar de otra manera al insignificante oficinista que, vestido de penitente, parece convertido en garantía encarnada ante Dios de la pena de toda la ciudad.

La procesión es espectáculo, pero en un sentido tan poco televisivo, tan poco Hollywood, que no va a haber manera de que McDonald´s lo convierta en hamburguesas ni Nike le ponga zapatillas. La oscura belleza de la Semana Santa no es domesticable ni puede ser objeto de gestión mediática como el fútbol o el rock porque el deseo de festividad que le da forma nace de la melancolía, del miedo, del dolor… Dijo Nietzsche que sólo como “fenómeno estético está justificada la existencia”. No se equivocó al acusar al cristianismo de negar el pathos de exaltación de la vida a favor del sentimiento enfermizo de la culpa y la moral del rebaño… Pero es erróneo creer que las procesiones homenajean a la muerte; en realidad homenajean a la vida, y lo hacen a gritos. Acaso no se halle tan lejos del Dionisos que adoraban los viejos griegos la embriaguez del cofrade, que nos invita a llevar a la máxima intensidad nuestra capacidad simbólica. Es justamente eso lo que veo en tanto Cristo y tanta Virgen: la pasión del hombre por aferrarse a la existencia pese a todos sus espantos y desdichas… Puro amor a la vida.
¿Desmesura? Sí, desde luego, son deseos muy básicos los que se agitan desde el fondo del estómago cuando una saeta nos conmueve en medio de la Procesión del Silencio.
¿Iconolatría? Por supuesto. ¿Y qué funesta manía luterana nos inclina a rechazar el culto a las imágenes? ¿O qué son los dioses sino lo que se da en sus imágenes? Acaso la presencia del icono venerado a gritos aumenta la sospecha de que detrás no hay nada. Y, ciertamente, no lo hay, nunca hay nada tras el simulacro de la imagen, no hay presencia tras su representación, el iconólatra lo sabe en el fondo y por eso se entrega a la belleza de la imagen. Es el iconoclasta el verdadero culpable del desencanto, ese que incita al recogimiento interior y la subjetivización del culto, ese que se espanta con las exhibiciones colectivas de llanto y reclama “sentimientos verdaderos”… Así se explica que el mundo anglosajón haya abandonado las calles antes que el mediterráneo.

¿Artificio? Claro, el mayor de ellos… ¿Ficción? Sí, porque el amor es la mayor de las ficciones: “no hay ninguna verdad, ninguna cualidad absoluta de las cosas; este es mi nihilismo, que sitúa el valor de las cosas precisamente en el hecho de que ninguna realidad corresponde ni correspondió a estos valores, sino que son solo un síntoma de fuerza por parte del que atribuye el valor…” (Nietzsche) Y solo se debe creer firmemente en la ficción, como solo se debe tomar la risa en serio.

Podemos no obstante ceder a la tentación iconoclasta y demandar el final de los becerros de oro. Lo hemos escuchado entre los volterianos del momento, sin perspicacia suficiente para advertir que este misterio de la Semana Santa, como casi cualquier festividad, proviene de un tipo de locura colectiva que desborda la autoridad de alcaldes meapilas, obispos orondos y caciques con butaca de palco. Yo prefiero seguir en silencio como manda la procesión del Viernes Santo. Y quien tenga deficiencias de vocabulario puede llamarme cínico.





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Friday, March 14, 2008











TÓXICA
DERECHA
A quienes me doblan la edad –y eso es ser muy, muy mayor- les suelo preguntar sobre la visión del mundo que les proporciona ese hecho en cierto modo escandoloso de saber ya con bastante certeza todo lo que la vida puede proporcionar a un ser humano. Y suelen coincidir: “uno ya ha aprendido a separar el grano de la paja, sabe qué es importante y qué puede ser tranquilamente dejado en el camino a la espera de que el próximo viento se lo lleve para siempre”. Pocas cosas me parecen tan olvidables como la actual derecha española… Rajoy, FAES, Aguirre, Acebes, la Conferencia Episcopal, El Mundo, la Cope… ¡Qué poco significan en mi vida! ¡con qué levedad se irán al montón donde la memoria va sedimentando los pequeños fastidios del pasado!
He sido crítico en numerosas ocasiones con el PSOE de la era Zapatero… hay toda una teoría que construir en torno a la impotencia política de esas fuerzas de izquierda que, como el gobierno de ZP, se mueven con demasiada comodidad en la ingravidez de los signos, la corrección política y la imaginería del marketing electoral sin que se termine nunca de saber muy bien cuál es su proyecto de transformación social y cómo piensan mantener la solidez de las instituciones del Estado del Bienestar frente al tsunami de la turboeconomía y la globalización.
Se debe debatir largamente –interminablemente diría yo- sobre esa cuestión, pero creo que perdemos energías necesarias tratando de hacer ver a la gente que la Cope o El Mundo son medios de comunicación tóxicos. Y lo son desde luego. Pongan una mañana a las ocho al señor Jiménez Losantos, escuchen los comentarios con los que -como un almohacín que llama desde lo alto a la oración y no tolera el derecho de réplica- acompaña cada noticia de redacción leída por la locutora. (¿Qué pensara de él esa chica, probablemente subempleada o becaria? ¿qué pensaran, mientras brama como un Cruzado contra todos los que le caen mal, las ecuatorianas que pasan el polvo en el estudio?)

Creo que concedemos demasiada trascendencia a personajes que, como los dolores de muelas, son completamente coyunturales. Recuerden a José María García, verdadero maestro jedi del almohacín. ¿Qué importa que éste hable de política y el otro hablara de futbol? El juego es el mismo: ponerle voz a quienes necesitan soltar espumarajos por la boca. El planeta está lleno de personas que necesitan un líder que legitime sus fobias y les recuerde que no están solos. García tenía a Pablo Porta, Federico tiene a Zapatero y a los nacionalistas. Hay toda una legión de oyentes que dan por hecho que en Catalunya se persigue a los castellano-parlantes tan solo porque lo dice, muchas veces al día, eso sí, el almohacín. Mi hermano y yo, a los trece años, dábamos por hecho que Porta tenía la culpa de que la selección española no ganara el Mundial –cosa que entonces nos preocupaba mucho- y que se pasaba las noches enfrascado en pantagruélicas orgías de manjares, licor y sexo sólo porque lo decía con voz de flauta y mucha seguridad el almohacín de las noches.

“Voy a ver qué dice este tío, que es el único que anima el cotarro”, decía mi padre en aquellos momentos en que alguien con toda una vida de franquismo a sus espaldas todavía podía sorprenderse de escuchar a un tipo que llenaba las noches de vituperios y desafíos contra los presuntos amos del mundo. García fue un producto de la Transición, una olvidable figura cuya misión inconsciente fue hacernos creer que, realmente, podíamos desafiar impunemente a los viejos mandarines. Patéticamente arrogante en su incultura, García fue uno de esos osados voceros a los que la gente hace caso un rato y que, cuando dejan de interesar, son olvidados sin apenas dejar rastro. Sonrojante ingenuidad la que le permitía proclamar con insistencia de martillo pilón los principios que justamente menos se creía. “Yo solo soy notario de la actualidad”… asocio a mis noches adolescentes esa frase como una letanía que se pierde en el tiempo significando tanto como nada. Carente de la formación y de los principios éticos de los que tanto presumía, fue incapaz de digerir tanto liderazgo mediático como llegó a tener, y entendió que podía intervenir en aquella realidad de la que solo decía ser mensajero, lo cual, para él, como para todo hombre pequeño y resentido, no consistía sino en destruir a los que le fastidiaban. Por fortuna ya es pasado.

Federico lo será también. Ya pasó el tiempo –para él, para Rouco Varela, para Pedro Jota Ramírez- en que creyeron poder ser vanguardia de algo; ahora deben conformarse con mantener prietas las filas de su feligresía. Una feligresía que, por cierto, no parece haberles tenido en cuenta que diseñaron –con la inspiración del laboratorio de FAES, todo sea dicho- la estrategia de confrontación que Rajoy ha seguido fielmente durante estos cuatro años y que le ha reportado una derrota de la que, en el puente de mando de Calle Génova, sólo su llorosa cónyuge parecía haberse dado cuenta. No me gusta Rajoy, ya lo saben, pero capta algunas de mis simpatías su resistencia actual a someterse al sanedrín que ahora ha decidido que ya no les es útil
¿Saben? Hay tipos que son capaces de poner la Cope a volumen infernal en el tren para que todos nos enteremos bien de lo que vale un peine. Me recuerdan a ese pobre diablo que ponía en mi barrio el Cara al sol para que todos los rojos –putas y maricones, decía- se enteren de “dónde están los españoles con cojones”. Federico es producto de la frustración, del fracaso, de la mediocridad. Quienes les siguen porque “habla claro y es muy cañero” no se han dado cuenta todavía de que ni Zapatero ni los catalanes son responsables de que su mundo pasó ya hace largo tiempo. Y sobre todo, no se han dado cuenta de que reducir el pensamiento a unas cuántas consignas simplistas y pueriles viene muy bien como bálsamo cuando uno está enfadado, pero de nada sirve para comprender una realidad que, nos guste o no, es laberíntica.

Olvidemosles de una vez. Y por favor, señor, ¿le importaría bajar el volumen de la radio?

Saturday, March 01, 2008








ZAPATERO








Estoy lejos de Zapatero en casi todo. Me cuesta encontrar afinidad con esa cargazón de hombros de castellano adusto, esa paciencia de escriba venido de labriegos que esperan pacientemente a que pase la escarcha de madrugada para acometer la faena de la viña. Pero no son las conexiones emocionales las que deben guiar el voto. Acaso por ello debo recordarme que el segundo gobierno PSOE de la democracia ha sido menos tenebroso y contradictorio que el del felipismo, pero bastante más inoperante y falto de verdadero poder transformador. Burgués radical en el sentido más estricto del concepto -que tomo de la tradición liberal-, Zapatero ha impregnado con su sistema de señales a todo su entorno. Incluso quienes -como Rubalcaba o Solbes- no son "sus hombres", han adoptado sin grandes resistencias su lenguaje, se les ha dejado ser ellos mismos sin presiones para terminar haciendo valer sus virtudes como herramientas del nuevo modelo.

En realidad Zapatero no ha hecho apenas nada. Conozco bien una de las parcelas donde más polvaredas se han levantado: la educación. El PSOE no ha regido ese ámbito, tan solo lo ha simulado con una maestría que no se explica sin la secreta colaboración de la Iglesia, cuyos capitanes han escenificado perfectamente su falsa guerra civil con el espantajo de la asignatura de Educación para la ciudadanía, estandarte de una indignación sobreactuada, cuyo verdadero objeto es ocultar que las fuentes principales de la financiación de la Iglesia Católica están más garantizadas que nunca.

Leyes osadas como la del matrimonio gay o la de la memoria histórica para escorar a la izquierda el perfil del gobernante allá donde menos hay en juego... leyes realmente socialistas como la de Dependencia, que fue hecha para no ser aplicada y dejar en evidencia a las autonomías enemigas... prácticas de riesgo como las conversaciones con ETA convertidas por primera vez en reality a un paso de ser retransmitido en directo... salida de las tropas de Iraq con el aderezo pasteloso de la "alianza de las civilizaciones"... regularización de inmigrantes como sutura impotente en la gigantesca herida de la precarización laboral y la economía sumergida...La verdadera genialidad de Zapatero ha consistido en hacer creer que había un conejo en la chistera, ocultar en suma la impotencia de los gobiernos socialdemócratas -y más los de la Europa no central- para contrapesar el tsunami de la globalización y la turboeconomía... incapacidad para controlar la brecha social que cuyos lados se alejan, redistribuir racionalmente los beneficios que va dejando el enorme potencial productivo de la Nueva Economía, controlar fiscalmente los cíclopes empresariales transnacionales, frenar los nuevos modelos delincuenciales, imponer la solidaridad entre comunidades locales, frenar la descomposición de la escuela... Frente a las estúpidas acusaciones del oponente, Zapatero no es culpable de nada, su truco ha sido escamotearnos la evidencia de que conduce una máquina cuyos mandos no responden.



El mejor escaparate de todo ello son los "SUPERDEBATES" televisivos de estos días, acontecimiento mediático a medio camino entre el enterteinment americano y los derbis Barça-Madrid del futbol patrio, que se ha celebrado como "una gran victoria de la democracia y convirtieron en estrellas a las empresas de sondeos, esas que pueden cuantificar la victoria de un candidato en un debate diez minutos después de concluir éste con la precisión propia de los partidos de baloncesto.


Bien, y ahora llega la gran pregunta: ¿por qué votar? y, más en concreto, ¿por qué votar a Zapatero?

Hay algo del debate televisivo nocturno del lunes con lo que me quedaría por encima de todo. Tuve la impresión durante su desarrollo que Rajoy estaba más suelto, más convencido que Zapatero. Manejó sus cartas con decisión y acorraló en determinadas ocasiones a un oponente, que -acaso más seguro de su ventaja- jugó la baza de favorito y se agarrotó por el miedo a fallar. Más allá del contenido de las intervenciones del popular, con alusiones demagógicas y profundamente contradictorias a materias inflamables como la inmigración, la negociación con ETA, las guerras del agua o la solidaridad entre regiones, daba la impresión de ser él quien iba marcando la pauta del debate... Hasta que la presión de la adrenalina le pudo -da igual que estuviera preestablecido- y tuvo que decirlo... "Usted agredió a las víctimas" Zapatero quedó perplejo... "... me reafirmo"... dijo mirando al presentador, como queriendo convencerse a sí mismo de su carácter enérgico, eso de lo que sus propios correligionarios le acusan de carecer.



Eso que dijo Rajoy no merece mayor análisis que el psiquiátrico. Lleva años escuchando como le llaman "maricomplejines" desde la emisora obispal de ultraderecha, ha tenido que guardar en el armario de la vergüenza a Acebes para no empujar a la izquierda irredenta a abandonar la abstención, tiene que tragar con la popularidad de algunos conservadores como Gallardón o Rato que no huelen a postfranquismo... Tenía que hacerlo, tenía que sacar lo peor de la derecha, el diente retorcido, el rencor por el arribismo de los rojos que les robaron las elecciones, el miedo a pasar por blando ante la línea dura... Sencillamente la cagó. Y Zapatero quedó ante el mundo como el bueno de la película. Una vez más.

Un amigo de infancia y juventud lo ha dicho: "no se alteraba ni si le ponían plomo hirviendo en la silla". El problema de la derecha es que aún no ha entendido a Zapatero, calificado por Rajoy como el "más radical de los dirigentes europeos". Funciona el viejo fantasma -vean publicidad electoral- de los rojos como expropiadores con carnet e incendiadores de iglesias. No le entienden, y por eso a veces le acusan justo de todo lo contrario, de bambi buenista e ingenuo.
No me gusta Zapatero, no me conmueve, no me seduce. Creo que es un tipo durísimo, un luchador hervíboro que aguanta los golpes hasta que el rival se cae de puro maduro, pero le falta el encanto y el talento -indiscutibles- de Felipe González y la valentía para el ataque y la denuncia que la socialdemocracia ha dejado definitivamente en manos de la izquierda no parlamentaria. No me gustan sus gestos ni sus forzadas metáforas... no me parece locuaz ni enérgico ni demasiado creíble...Pero tiene algo que envidio. Cuando aquel tipo tan mediocre y olvidable le insultó, consiguió que alguien mordiera el anzuelo... El problema es que ese alguien fui yo. Salió el tipo violento, colérico y vengativo que llevo dentro y que mis allegados creen intuir en ocasiones... Zapatero, por contra, no reaccionó, se limitó, balbuceante y perplejo, a pedir explicaciones frente a un rival envalentonado que, sin saberlo, acababa de estrellar su puño contra el aire, una de las maneras de que un boxeador vaya a la lona. "¿Pero de qué estás hecho, tío?", pregunté al presidente desde el sofá en el que me removía... Unos segundos después entendí. Ante una situación de máximo estrés, respondió haciendo caso de sus primeros instintos... Eludió la provocación, siguió adelante... Se sentó con paciencia de labriego castellano a que amainara y siguió su camino.

Por eso le van a dar cuatro años más. Por eso yo no soy presidente -y es bueno que así sea-. Por eso Rajoy tampoco lo será. Y después, sólo el olvido.