Saturday, November 20, 2010










CONGRESO



Poco importa el tema que le da título. En un congreso académico se encuentran una serie de personas a las que se considera voces autorizadas y expertas respecto al tema en cuestión. Entre los ponentes hay tipos muy aplomados, capaces de interpretar perfectamente lo que la concurrencia demanda de ellos, es decir, saber más de..., otros que por su talento son capaces de despertar incluso el entusiasmo, y otros -auténticos pelmazos con curriculum- que parecen haber venido al mundo para aburrir.


Yo hacía mucho que no asistía a un congreso, uno de estos de tres días, mañana y tarde, pero, al margen de todo lo que uno haya sido capaz de aprender como alumno, me quedo sobretodo con esos aspectos supuestamente irrelevantes en los que se detiene la mirada del observador, aquello a lo que sólo se está atento si se tiene la mirada un poquito pervertida. (¿Y cómo es posible una mirada interesante si no es, de alguna forma, transgresora?)

Y me da por fijarme en los asistentes, ese desfile de modas juveniles que, tratándose de un pensador francés con glamour e inspirador de estéticas queer y trans, parece convocarnos a una salida del armario del exhibicionista o el tipo super in y super enrollado de la muerte que llevamos dentro. O la emoción con la que el director académico presenta a su maestro, ese del que tanto ha aprendido, y al que, por ello mismo, por la inmensa fortuna que supone tenerle, no puede evitar amar, tal y como sus discípulos amaban a Sócrates.






Pero también, un congreso plantea juegos de sombras, equívocos, puntos de fuga para lo previsible... todas esas trampas que el cabroncete del azar nos depara y que convierten la más circunspecta y sesuda de las salas en un pequeño corral de comedias. A poco que uno sepa mirar con los ojos con los que inteligentemente nos miran los alumnos, es decir, esperando a la que salta para cachondearse de un traductor que se atora porque no le dan tiempo a trasladar las preguntas al ponente, de un móvil que suena inoportunamente con politono especialmente hortera, de un apagón que el ponente -que se hace con una pequeña vela- compara con aquellas reuniones clandestinas del franquismo en que siempre parecía que la policía iba a entrar de un momento a otro...


En un congreso se producen encuentros. Como prefiero los medios calientes a los fríos, sigo pensando que verse cara a cara con fulano es infinitamente más intenso y comprometedor que hacerlo desde la gelidez del puñetero ordenador. Es aquí donde se desencadena la timidez. Yo, que lucho heroicamente contra mi fobia social -le llamo "timidez" para ahorrarme el psiquiatra, que son muy caros-, protagonizo la metida de pata habitual en todas las situaciones de este tipo en las que comparezco. Detecto a unos metros de mí a un señor clavadito a otro que conozco y que hace años que no veo. Cuando detecto su tic en el ojo decido que ya no hay error posible. Me acerco, le abrazo, le sonrío, le cojo incluso la mano porque soy un tipo francamente cariñoso... Y va y el tío, sonriente y casi emocionado por lo afable que en ese momento le parece la gente española, se me pone a hablar en francés y a decirme que se alegra, pero que no sabe quien soy y Qu´est que ce? ; yo me disculpo pardon monsieur, pardon, y me vuelvo a mi sitio con la cara de gilipollas que me está haciendo célebre y con el enano que llevo dentro recordándome lo de ya te lo dije y la próxima vez te estás quietecito y todas estas cosas. Pues bien, diez minutos después, el señor del tic resulta que es el prestigioso ponente que va a disertar sobre la recepción del filósofo en el mundo árabe. Yo me hice muy pequeño en mi pupitre, ahí, tomando apuntes y sin rechistar, qué majo.

Divertidos son también los equívocos con el micro que a veces quiere funcionar y a veces no, la gente que no se aclara con si ha de firmar para los créditos antes o después o entre medias de cada conferencia, el ponente de prestigio que no sabe si en las comidas ha de pagar él, un tipo al que odias que te encuentras en el urinario de al lado y entonces se te corta un poquito el proceso y a él también y de pronto te da por hacer una sonrisita y el tío piensa que meando soy aún más tonto que cuando le discuto.

Ah, y los viejos proyectos conjuntos que prometemos recuperar, y el amigo que parece feliz pero luego te reconoce que se deprime por las tardes en su destierro, el almuerzo donde parece que hay que decir cosas un poco más livianas pero donde es evidente que los intelectuales no terminan nunca de sentirse cómodos, el ponente que llega unos segundos antes de su turno y se tiene que salir a la lluviosa serena con el cigarro ya en la boca, el tipo que abandona la sal con cara de asco porque otro de los ponentes le está poniendo enfermo...



Quizá después de todo, un congreso no sea mucho más que una feria de las vanidades de la que mejor haríamos riéndonos. A fin de cuentas, como decía mi abuela, "más arreglarían todos esos tan listos viniendo al pueblo para escardar mis cebollinos". Quizá. Pero desde el primer momento en que alguien tomó la palabra el lunes por la mañana en aquella sala tan aséptica, yo tuve la sensación de que algo realmente importante estaba sucediendo: era la magia del ágora en que los griegos fundaron la unica fe verdadera que merece la pena compartir, la fe en el logos, en la palabra, en la deliberación, en la Razón en suma. En mi caso es una vocación reírme educadamente hasta de las cosas que amo, quizá de ellas en mayor medida, pero nada me parece más serio que la vocación de escuchar, de escuchar atentamente, de convocar al otro a que sea capaz de hacerme ver con sus palabras todo aquello que mis ojos no habían sido capaces de encontrar. No siempre necesito escuchar a eruditos y académicos, pero sí necesito a hombres sabios, que es una cosa muy distinta. Si despreciamos eso, si aceptamos que las instituciones dejen de organizar congresos y debates con la excusa de que hay que recortar presupuestos -excusa que casi siempre oculta la fobia del poder hacia los librepensadores-, entonces nos habremos de conformar con los debates de Belén Esteban y las homilías de los cuatro mamarrachos que te ponen algunos taxistas a voz en grito en la radio.




Parrhesia, ¿saben lo que significa? Es un viejo término griego que designa la virtud de "decirlo todo", o sea, de expresar honestamente la propia visión sin guardarse nada, uno de los ponentes, Manuel Jiménez, insistió sobre ello. Por cierto, el Congreso fue sobre el filósofo francés Michel Foucault. He relatado en el blog de nuestro amigo Justo Serna algunas interioridades del evento, por si les apetece. Más allá de los sutiles meandros académicos por los que discurren los textos de este autor, se me ocurre que lo más foucaultiano no es asumir la jerga postestructuralista ni llenar el curriculum de acreditaciones de cursillos, lo verdaderamente foucaultiano es asumir el pensamiento como una aventura, entender que un Congreso es, ante todo, una experiencia personal, una forma de verse a uno mismo entre los demás, un encuentro con la sabiduría que sólo irrumpe -también para quienes tenemos fobia social- en contacto con los otros.

4 comments:

Anonymous said...

Me crié y eduqué en un colegio público de un barrio obrero; en una localidad pegadita al municipio del instituto en el que tú impartes clases, David. En aquellas circunstancias (década de los 80) no era nada habitual que mis compañeros y amigos de infancia accedieran a los estudios de bachillerato, y si lo hacían, lo raro era que finalizaran el BUP. Y bueno, la Universidad ni la nombramos. Todo esto te lo digo porque recuerdo que cuando estaba en 8º de EGB un amiguito del cole me soltó, tras decirle que iba a estudiar BUP: “tus padres tienen que estar muy orgullosos de ti”. Y digo “me soltó” porque la frase no sabía por dónde cogerla, no llegué a entenderle bien, entre otras cosas, porque estudiar bachillerato era lo que “me correspondía hacer” y, precisamente, nunca tuve la sensación de enorgullecer a mis padres.

No voy a decirte que has destacado especialmente en tu crónica sobre la conferencia de Foucault, en el blog de nuestro común amigo Serna, porque eso para mí no es nada nuevo. Siempre lo has hecho, y esta crónica no hace más que reafirmarme: tienes esa difícil cualidad para expresar tan sumamente bien por escrito interesantes ideas y sabia erudición. Vamos, que tus padres tienen que estar muy orgullosos de tí ;-)


Isabel Zarzuela

Justo.Serna said...

Querido David P., usted sabe que le estoy inmensamente agradecido por la crónica divertida y densa del Congreso sobre Foucault que nos ha hecho en mi blog. Derrocha humor sabio a manos llenas y sobre todo sabe mirar con sorna y un punto de ternura.

El mejor colofón es esta entrada suya, que podría haber titulado 'De la necesidad de financiar congresos académicos'. Llegará algún, como dice, en que las instituciones públicas ya no financien nada y entonces las humanidades queden reducidas a debates --televisados, eso sí-- entre Belén Esteban y Jaime Peñafiel. Parece el fin del mundo, de un mundo.

Yo prefiero pensar otro futuro: aquel momento en que los intelectuales tengan que organizar un debate académico sobre Belén Esteban, sobre lo que significa ese icono de la cultura trash.

Pero, bueno, no demos ideas, que lo mismo se apropia de ellas la Generalitat Valenciana y nos monta L'Any Esteban.

David, P. muchas gracias por repartir su saber a manos llenas, generosidad con ironía

Abrazos,
J.S.

David P.Montesinos said...

Isabel, la admiración y el afecto le son correspondidos con creces. Muchas gracias.

David P.Montesinos said...

Querido Justo, el motivo de esa referencia que hago a la amenaza de un futuro sin congresos es cierta cosa que escuche del director del lugar. Comentaba que con los recortes este tipo de asuntos empiezan a parecer lujos. El tono era de amenaza. Digamos que organizar un congreso sobre Foucault, o sobre algo que no sea el belenestebanismo no resulta "rentable". Lo mejor es que hacer un parque temático de la marca Ferrari parece que sí lo es.

Ha sido un placer hacer de cronista para su blog, caballero, espero que les haya servido de algo.