Saturday, May 12, 2012



1. La revista Ojos de papel acaba de publicarme una reseña sobre el ensayo La conquista de lo cool. (El negocio de la la cultura y la contracultura y el nacimiento del consumismo moderno). Su autor es Thomas Frank y, pese a que el original tiene más de una década, es ahora cuando, debido a su larga repercusión, ha sido editado en castellano. Estoy contento por la reseña y, sobre todo, porque su encargo me ha dado la oportunidad de disfrutar un texto que considero de imprescindible lectura. Pueden acceder a éste y a los demás contenidos -les aseguro que merecen la pena- del último número de Ojos de papel a través del link que acompañará ya para siempre este blog.


Me pregunto si lo que terminó de convencer a Alpha Decay para la publicación fue el éxito de la serie Mad men, cuyo protagonista estelar, el creativo publicitario Don Draper, parece directamente inspirado en algunos de los personajes, en absoluto ficcionales, que pululan por las páginas en que el ensayo analiza lo que ocurre en la Avenida Madison de Nueva York, poblada por las agencias de publicidad más agresivas y eficaces de la nación más próspera del mundo a principios de la década de los sesenta. Según Frank, el fenómeno que conocemos como "contracultura" no nació en las carreteras por las que los hippies seguían la estela de los beatniks, ni en los bajos fondos de las grandes urbes, ni en los tugurios del jazz y el hachís... No, la contracultura fue diseñada por tipos muy fríos y astutos que entendieron en los albores de la década de los sesenta que la sociedad estaba madura para abrazar valores mucho menos victorianos, ascéticos y represivos, y mucho más inspirados en el hedonismo, el individualismo y el carpe diem. El espíritu de rebeldía que, con muy poca profundidad de mirada y cierta ingenuidad, asociamos con la sociedad de los sesenta, es en realidad un efecto publicitario, un espejismo hábilmente urdido que, en el fondo, no refleja una genuina transformación revolucionaria de las mentalidades  y los modos de convivencia, sino una mutación esencial en el seno de la corporación capitalista, la cual pasa en aquel tiempo de un modelo jerárquico y disciplinario a otro mucho más flexible y abierto a la innovación. Esta mutación no es, siempre según Frank, resultado de un progreso moral, como se nos ha dicho,  sino el efecto de la necesidad del capital de transitar desde el modelo productivo clásico o fordista hacia el consumista o postindustrial.

Esta visión es sugerente y está seriamente argumentada, pero discrepo de ella en aspectos esenciales. Creo que les gustará leer la reseña. Y el libro, claro. De momento, una perlita en relación a ese milagro televisivo que es Mad men. Una cliente de la agencia -indignada por el cinismo que se respira en esas oficinas de la Avenida Madison- trata de recordar a Draper de que las personas no son simples receptores pasivos de mensajes de marketing, y que hay una cosa que se llama amor: "El amor", contesta Don, "lo hemos inventado tipos como yo para vender medias".






2. Rafael Alvárez El Brujo es una anomalía en el mundo del teatro. Se diría que su propuesta, basada en la austeridad brutal de un escenario donde apenas hay objetos, con una interpretación del texto en clave de monólogo, debe asociarse a la vanguardia. Y, sin embargo, El Brujo parece un actor del siglo XVII, un farsante de corral de comedias, un cómico en toda la extensión de la palabra. En los medios más cool aparecen siempre tipos muy pagados de sí mismos que presumen de pertenecer a esa estirpe, pero se equivocan respecto a sí mismos. Muchos son pijos ridículos que no han sufrido un problema en su vida, sueñan con los premios y se han beneficiado de la suerte de ser guapos o tener amigos que les han enchufado. Al cómico de raza le huele el jubón al polvo del camino, se alimenta como un vampiro de la risa del público -incluso que aquellas que son desatadas por el chiste más grueso-, y su alma está atravesada a partes iguales por la corriente cálida de la ilusión por el aplauso y la fría de la soledad, el cansancio y la ira contra los poderosos.

Sobre la escena, El Brujo hace lo que le da la gana, estira los textos, los reinterpreta, se permite el lujo de decir que Shakespeare también tenía sonetos horrorosos o que Hamlet es un pelma. En Mujeres de Shakespeare apenas se detiene con los textos que la obra promete. Canta, baila, se sienta en el sillón desde el que se duermen los directores de escena, olvida el guión, se burla de una espectadora a la que le suena el móvil, improvisa sobre el ruido horroroso que produce un acople... Esa danza de los gestos, esa sonrisa burlona de Arlequín, el juego de equívocos que da sentido a la comedia. Y, sobre todo, esa voz. Qué fácil es seducirme a mí con esa voz.








3. Rodrigo Rato me pareció alguna vez un buen economista, lo cual no significa necesariamente un buen ministro de finanzas. Siempre me costó entender las diferencias entre sus criterios para gobernar la economía y los de su particular Moriarty, Pedro Solbes. Quizá por eso llegué a pensar que daba igual conservador que laborista. Sigo sin estar muy seguro de muchas cosas, pero hoy Rato se me aparece sin ambigüedades como un personaje pequeño y manifiestamente olvidable. Difícil cubrirse tanto de ridículo como cuando, ya dirigiendo el FMI, predijo que la burbuja del ladrillo no estallaría nunca. Un crack. Después paseó su talento por Bankia, donde ha terminado por convencer al mundo de que si le tocara administrar su junta de vecinos probablemente la casa se caería. Qué manera más triste de retirarse del mundanal ruido. Ahora ya sólo tiene dinero. Y lo peor es que, probablemente, es lo único a lo que ha aspirado siempre, pobre hombre.







JUEVES. Vuelvo a ver un viejo episodio de Los Simpsons. Qué maravilla. Hubo un tiempo en que asistía con tanta admiración a esta obra maestra de la televisión de las dos últimas décadas que no podía evitar ver el mundo simpsonizado. Sí, sí, como se lo digo. La recuperación de aquel viejo capítulo me ha hecho recuperar este delirio, y me ha hecho recordar lo cercanos que están a la realidad personajes como el multimillonario Mr Burns o el alcalde Quimby. En los últimos días, en nuestra Springfield particular -hablo de Valencia- nuestra alcaldesa Quimby ha decidido vallar la zona peatonal de la Plaça del Ajuntament, adelantando sin aparente motivo la celebración de cierta mascletá. El objetivo, claro, es evitar que el 15-M vuelvan los acampados del 15-M. Se sospecha que estos grupos de radicales planean volver a montar asambleas y a cuestionar la política del gobierno, los recortes contra los servicios públicos, los contratos basura, el paro juvenil, la brutalidad policial. Qué gentuza, estos perroflautas, ya lo dicen La Razón, Intereconomía y los demás medios informativos de Springfield.

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