Saturday, May 05, 2012






ENFERMOS SIN PAPELES

En medio de la sucesión de leyes de extranjería grupos de africanos llegaban de muy al sur en patera o intentaban saltar la valla de Melilla. Una gaditana que vivía en el campo fue denunciada por prestar refugio en su casa a unos ilegales que venían huyendo de la policía. El alma de aquella mujer está hecha de la misma pasta que la del médico que rehusará cumplir las nuevas leyes, las cuales sentencian al dolor y la muerte a los enfermos sin papeles, entendido que "sin papeles" quiere decir sin condición humana reconocida, más o menos como los perros, con la diferencia de que a estos al menos sí se les reconoce la condición de perros y les atienden los veterinarios. Algunos galenos cargarán con el juramento hipocrático que un día hicieron y vendarán un dedo sangrante que, según la ley, no deberían vendar; otros estirarán hasta lo imprudente el espíritu deontológico de la medicina y desafiarán a los tiranos falseando historiales clínicos, de modo que una mujer de Ecuador o de Guinea seguirá recibiendo quimioterapia para no morirse. Y no morirse será entonces una manera de desafiar al poder, una violenta conducta como las de los antisistema que queman contenedores... Salvar la vida será entonces cosa clandestina, como ser demócrata lo era durante el franquismo.




Son circunstancias así las que determinan qué es lo que a cada uno nos corre por las venas. En la frontera de California o Texas, probos ciudadanos tienen instalados junto a la bandera del país unas cámaras de vigilancia muy sofisticadas. Gracias a ellas pueden advertir a los federales que un miserable mexicano llega arrastrándose por el desierto con la intención reflejada en la cara de robar a los yanquis algo de la prosperidad que creen haberse merecido. A veces oímos algo sobre un médico de urgencias que se ha negado a prestar auxilio a un accidentado moribundo porque el tipo acababa de completar su jornada o porque el doliente se retorcía a doscientos metros de no sé qué perímetro de intervención.

¿Sigo? El Obispo de Ciudad Real ha declarado que la Reforma Laboral es una inmoralidad, pues maltrata como siempre a los asalariados y a los pobres en beneficio de los mandarines. Es éste el mismo impulso de quienes destruyen su salud en misiones insalubres por tierras de hambruna, guerrilla y paludismo. Otros, la mayoría de los que mandan en esa misma institución, no piensan sino en poner su culo a salvo, por eso se solazan declarando servilismo eterno a Ratzinger y se alían -como siempre han hecho- con los intereses de las capas más acomodadas de la sociedad española. Las luces que parpadean en los cerebros de estos últimos son tan tristes como las del mamarracho que estos días declara enfermos a los homosexuales. (Pero, amigo, ¿tú te has visto?)

Desde siempre la vida nos ha situado ante estas tesituras. Por eso, cuando escarbamos en el alma de un ser humano, empezando por los que nos gobiernan, podemos encontrarnos cualquier cosa. Es lo que pasa con eso de la libertad. La serie de mezquindades con las que el Gobierno -Rajoy las llama "reformas"- nos obsequia cada semana corresponden a una oligarquía de políticos cuya pequeñez les hace candidatos al olvido de la historia. Pero no debemos engañarnos: perseguir implacablemente a inmigrantes ilegales -como reírles las gracias a los obispos que convierten la salvación en una repugnante simonía, destruir la enseñanza pública o ser indulgente con los corruptos si son de alta alcurnia- forma parte del ideario de la derecha española, con lo que se le quitan a uno las ganas de achacárselo a quienes fueron elegidos para llevarla a cabo.



Quiero pensar que algunas personas de bien que les votaron empiezan a darse cuenta de que alguien que nos convierte en delincuentes por cumplir con deberes humanos básicos no merece el poder que se le ha otorgado. No es cuestión de votar a los otros, es cuestión de saber en qué tipo de país queremos vivir. Y en éste hay buen sol, tonadilleras y tortillas de patatas, pero todo puede empezar a oler un poco a rancio y a cobarde y a miseria si no paramos toda esta oleada de fascismo que -como históricamente hizo siempre el fascismo- se excusa en la crisis para triturar nuestras conciencias.  

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