Saturday, October 06, 2012








COVERS





Una portada de la Revista Life de 1963 me permite enterarme de que Frank Sinatra tuvo un hijo cantante. El "Nuevo Sonido Sinatra" de aquellos años era claramente un movimiento de adaptación de las viejas sensibilidades ante la tormenta del pop, ya definitivamente imposible de esquivar, incluso para el clan Sinatra. No sé qué fue de Frankie Jr, lo que sí sé es que las nuevas formas -cuyo momento fundacional encontramos en los primeros años de la década anterior, y muy especialmente en la explosión sociológica que supuso la eclosión del mito Presley- vinieron para quedarse y transformar definitivamente las sensibilidades.

Apenas una década después del fin de la Segunda Gran Guerra, e instalada Norteamérica en una gran prosperidad económica asociada a una arrolladora hegemonía cultural, la impregnación generalizada entre los jóvenes de Occidente de los ritmos y los gestos del rock marca la clausura definitiva de un gran trayecto histórico . Podemos llamarlo "victorianismo", "sociedades tradicionales", "fordismo" o "culturas represivas"; da igual, lo que asoma tras todas estas denominaciones es la incapacidad de las sociedades desarrolladas a partir de la Revolución Industrial y la moral puritana para entrar en diálogo con una forma de estar en el mundo cuya banda sonora asoma en los ritmos un tanto histéricos del rock y las caderas de Presley, una música que, por cierto, nos hemos acostumbrado a escuchar -o a no escuchar- bajo el fragor de los gritos enardecidos de las fans. No es extraño que quienes escuchaban a Sinatra vieran en aquellos jóvenes a una turba desenfrenada de fanáticos poseídos por un ritmo no se sabe si agresivo o afeminado, pero en cualquier caso insolente e incomprensible.


Dejo que otros nos aburran con su escepticismo respecto al verdadero poder transformador del fenómeno pop. "Recuperemos las propuestas clásicas y dejemos de esperar que la Revolución llegue a partir de la minifalda", dijo cierto filósofo, marxista ortodoxo por lo visto, al hilo de un debate sobre la herencia de la llamada Década Prodigiosa, cuyas movilizaciones juveniles -desde los primeros héroes del rock hasta Woodstock o incluso el Mayo Francés- no le merecían el más mínimo aprecio en cuanto a su poder emancipatorio. Supongo que cuando se refería a "propuestas clásicas" se refería a la Dictadura del Proletariado, o quien sabe si a incluso a la Revolución Cultural del maoísmo o la dialéctica materialista. Inútil intentar entrar en diálogo sobre este tema a gente así, pues incluso los reaccionarios más recalcitrantes entendieron en su momento que el rock era indisociable de una visión del mundo, o lo que es lo mismo, del trabajo, las relaciones humanas o la política, completamente diferente a la que sostenían sus mayores, de ahí ese concepto tan característico de la sociología de hace unas décadas, el del "conflicto generacional". Si no nos damos cuenta de que esa sensibilidad ha transformado efectivamente el mundo, y de que es desde esta sensibilidad desde la que ahora contemplamos el pasado, entonces los académicos darán más y más vueltas en torno al mismo laberinto, incapaces de salir del prejuicio de que la cultura de masas es simple ideología o efecto de superficie, y que el pop, como cualquier otro negocio del capitalismo, es otra moda pasajera destinada a desaparecer por pura saturación de mercado.  

Viene a cuento esta reflexión porque en estos días, muy significados porque se cumple medio siglo desde que los Beatles editaran Love me do, la Universitat de València presenta una exposición que merece muchísimo la pena: Covers. Cultura, juventud y rebeldía. El que los dos comisarios de la exposición, Justo Serna y Alejandro Lillo, sean historiadores, ofrece alguna ventaja: los miembros de ese gremio tienen la buena costumbra de no interpretar las claves de un fenómeno histórico si no es a la luz del marco social donde germina. En otras palabras, Lillo y Serna no han halagado los oídos de los especialistas ni de los fanáticos del rock, estos en realidad no tienen ya remedio, por lo que es probable que les decepcione la exposición. Se trata más bien de hacernos entender que el rock es, ante todo, la banda sonora de una época, un tiempo en el cual todo -los objetos de consumo, los electrodomésticos, los gestos, el lenguaje, las portadas de las revistas, la ropa..- estaba imbuido de los ritmos del rock, tanto como estos lo están a su vez de algo que está pasando en las calles y que en ningún caso ha sido inventado por los urdidores de patrañas que después tuvieron la astucia de explotar el fenómeno. 

La exposición es magnífica, desde luego, aunque no quiero dejar pasar que, si no leemos con atención lo que los objetos expuestos nos invitan a pensar, hay algo que se nos puede escapar, con el lamentable efecto de pensar que lo que se expone son ya sólo sombras del pasado del que apenas quedan los ecos y esa sonrisa irónica que aparece en los mayores cuando el cover de algún viejo disco o un antediluviano tocadiscos le hacen asomarse a los temblores de una juventud ya muy remota. Me refiero al carácter de experiencia comunitaria que tiene el rock, y que, al menos en su orígenes, la tiene de manera absolutamente vocacional. 
Recuerdo que, en una ocasión, uno de mis mayores me preguntó por qué me gustaba el rock. Cogió un casette de Jimi Hendrix y lo escuchó repetidas veces durante horas, sospecho que con la misma circunspección con la que habría escuchado a Schonberg o leía a James Joyce. Al cabo de unas horas resolvió que si él, que era un tipo culto, se había esforzado mucho en escuchar aquellos rasgueos de guitarra con atención y seguía sin gustarle, es que aquella música era simplemente despreciable, alpiste para las masas, productos culturalmente menores y destinados a la manipulación de una masa alienada y conformista.  Creo que le hubiera pasado lo mismo si le hubiera dado reggae o un coro tribal africano, simplemente no habría sido capaz de escapar a los prejuicios del elitismo intelectual con los cuales es completamente imposible entender nada de todo esto. 
He tenido alguna vez esa sensación, me refiero a la de formar parte de una corriente emocional colectiva a partir de la música. Algunos llaman a esto borreguismo o lo asocian incluso al fascismo, un poco como esos coros ultra que la lían en los campos de fútbol: es un diagnóstico pacato y miope, no entiende nada porque está preso de unas premisas supuestamente en favor de la racionalidad y el individualismo que le impiden ver  que sólo empezamos a ser sujetos y a entendernos a nosotros mismos a partir de la comunidad, de un sentimiento muy atávico que nos hace contagiarnos y sentirnos parte de algo que, de alguna forma, nos trasciende. Hay algo de eso en los gritos de las fans, en la multitud que corea un viejo tema mientras el cantante guarda silencio, en la nube de marihuana que aspiraban los participantes de Woodstock, convencidos de que aquella esperanza de una comunidad feliz y un mundo sin mentiras ni hipocresías era algo más que un fugaz fin de semana a unos kilómetros de la urbe. 

It´s only rock´n roll but I like it, cantaba Mick Jagger. Nos gusta, pero no es sólo rock´n roll, desde luego que no. 

3 comments:

Anonymous said...

Sr. Montesinos, su post me ha hecho esribir otro sobre COVERS en mi propio blog). En agradecimiento y como glosa de sus palabras. No puedo poner aquí el enlace.

Justo Serna

Anonymous said...

Hola David P.:

La tesis histórico cultural que propugna COVERS es ingeniosa y ad hoc ruidosa pero algo artificiosa o preconcebida.
Mantiene el nacimiento y difusión en Europa de la cultura juvenil norteamericana a partir de la 2ª guerra mundial.
Es cierta la reconstrcción económica de Europa que ttrajeron desde allá con el Plan Marshall. Beatifico plan que ententaba retrasar el avance comunista, que nos lleno de cachivaches en buena parte iedados por los cerebros eurpoeos transplantados a aquellas tierras y que multiplicó la pruducción de su industria no dañada por la fereoz guerra aqí soportada.

Pero el espíritu, la cultura real que refiere COVERS no surgió ex novo en aquella admirada nación.

En ningun panel, sonido o documental se hace alusión a la rebeldía y angustia de Camus y de Sartre. ni se cita el "Segundo Sexo" que había parido la Beauvoir mientras las americanas tofdavía estaban digiriendo su valía cacreditada en su penaje industrial.

Nada se dice de La Nouvelle Vague que machacaba el cine norteamericano que nos encandilaba desde antes de la guerra.

Los escritores de Le Nouveau Roman golpeaban la literatura clásica-

Ionesco y Becket voceaban en los teatros el absurdo de nuestro mundo y antes Kierkegaard, Nietsche y Kafka atacaron duramente la religión, el derecho y la moral.

Brassenes y Piaf clamaban por
la desorientación de la juvcentud, een tanton que Francoise Sagan se burlaba de los mayores y suspira por el deseo sexual.

Creo en lo que pùblica COVERS , pero no me gusta que se olviden los potentes precedentes europeos, de los que se nutrieron abundantemente los norteamericanos
wue invadieron Europa entre las dos guerras.

Pese a mi fuerte interes por WALT WHITMAN, Berkeley University y Luther King no puedo olvidar que la extraordinaria invención del arete abstracto se transmutó en el vermicular expresionismo de Pollock.

Otro día nos referiremmos a los gritos atronadores de la jueventud, temafuetrtemente tiznado de psicologismo, que podría deberse al vacñío mental de los jóvenes ante el absurdo de nuestro mundo.

Espero que en COVERS hayan intentado ayudar un poco a detener la deriva del buque fantasma que parece Occidente actual, pero una curación correcta no es posible sin un diagnóstico completo, que incluya el historial familiar.
Detella




































David P.Montesinos said...

Buenas tardes, Detella. La exposición Covers no puede ofrecer la visión completa que usted reclama porque el territorio que aborda -la cultura juvenil surgida en los cincuenta y que recogemos bajo el etiquetaje del rock´n roll- es específico. Todos los nombres a los que usted se refiere, algunos de los cuales vienen de un siglo atrás, se inscriben en una problemática general que podemos asociar a la crisis de la cultura occidental, de la cual empezamos a hacernos conscientes cuando, en las primeras décadas del siglo, las viejas ilusiones ilustrados del sujeto de derechos y el progreso racional y científico se hacen añicos bajo el ruido ensordecedor de las bombas y otras tecnologías de la muerte masiva.

La modernidad poética de los simbolistas franceses, la filosofía crítica de Nietzsche, la prosa desesperanzada de Beckett o la ruptura estética protagonizada por el arte de vanguardia forman parte de una gran corriente de pensamiento antagónico que nos proporciona luces para entender las claves de una profunda y traumática transformación. Pero todos estos nombres son operativos al nivel de las élites intelectuales, y están sociológicamente vinculados a la crítica que la clase burguesa hace de su propia visión del mundo, la cual se ha hecho definitivamente hegemónica en el mundo posterior a la Restauración.

Por contra, el territorio dentro del cual se mueve Covers es el de la cultura popular surgida en la era del consumo y la prosperidad que se va articulando en el escenario occidental de posguerra.

¿Constituyen los lenguajes del rock una ruptura con la ideología burguesa y, por tanto, un movimiento de antagonismo surgido de las clases populares? No creo que esta pregunta se pueda contestar taxativamente; seguramente porque "ésta" es justamente la gran pregunta que da sentido a una exposición como ésta.