Friday, January 11, 2013



CESC GAY 
Y EL MUJERISMO 

En una ocasión me dijo una novia que "los tíos sois todos  ridículos". Si les introduzco en el contexto de esta afirmación -estaba de pie ante la señora en cuestión, sin atavío alguno y con el miembro viril en pleno despliegue erectil- les resultará más fácil entender por qué lo decía. A mí, la verdad, se me hace muy cuesta arriba pensar en acostarme con alguien que me parezca "ridículo", pero yo soy de esos que cuando afirma que "no entiendo a las mujeres" no está bravuconeando, es que por lo general no las entiendo. El caso es que opté por otorgar a la frase más trascendencia que la de aquel alegre contexto pre-coital y, desde entonces, me pregunto a menudo si los varones no somos, ciertamente, unos tipos particularmente ridículos.

Viendo la última de Cesc Gay, Una pistola en cada mano, me vuelve a asaltar la vieja duda. "Los tíos somos unos inútiles", dijo tras el rodaje Luis Tósar, quien formó parte del magnífico elenco de actores de los que dispuso Gay para su película, junto a otra gente de tanto talento como Ricardo Darín, Candela Peña o Eduard Fernández. No tengo ningún problema en recomendar el film, en gran medida por el impresionante trabajo de interpretación, respecto al que algún mérito es justo atribuir a quien los dirige; pero también porque -como ya advertí con En la ciudad o Ficción- estamos ante un universo narrativo singular y sugerente,  un estilo que alcanza la excelencia cuando se trata de construir diálogos, cosa en extremo difícil tanto en el cine como en la novela. 

Otra cosa es lo que me suscita el componente ideológico del film, que lo hay, y que se va deslizando sin titubeos por la media docena de microhistorias que lo constituyen. Ocaso del macho alfa, crisis de identidad masculina... Cualquier fórmula de ese estilo resume lo que les pasa a los distintos varones que desfilan confusos y acomplejados por la pantalla sin dar una a derechas. Todos superan los cuarenta, todos están equivocados, tienen problemas con las mujeres y con la vida. Se les acusa de llevar una pistola en cada mano porque, parodiando a los héroes del western, los hombres creemos que podemos ligarnos a cuantas se nos pongan a tiro y medirnos valerosamente a los bandidos. La realidad es mucho más sórdida de lo que el imaginario urdido desde la infancia ha ido tramando en nuestras mentes, en las cuales, como en los chistes, parece que caben una neurona y media: somos unos cobardes y unos mierdas, tenemos miedo y nos trastabillamos, vamos al psiquiatra porque no hemos superado el edipo, presumimos de follar como leones pero tenemos disfunción erectil, nos queremos ligar a una de la que nos habíamos burlado y luego no damos la talla, abandonamos a nuestra mujer y después tratamos de volver con ella porque la tercera en discordia nos ha dejado a nosotros... Un edificante catálogo de horrores en los que la conclusión siempre es la misma, somos odiosos, pero no como los carismáticos malos del western, somos despreciables y patéticos. Los únicos que se salvan son los que van a cursos de danza africana, los cuales -si entiendo al personaje de Cayetana Guillen Cuervo cuando dice lo que dice- significa que son sensibles -como son las mujeres- y que no van por el mundo haciendo el ridículo por creerse John Wayne. 

El director ya se ha apresurado a recalcar en alguna entrevista que le tiene cariño a sus personajes, pero debería ser consecuente con lo que muestra, y el caso es que su propuesta aboca a la imposibilidad de lo masculino; no se le puede coger cariño a cada uno de los tipos impresentables que aparecen en su película. Se diría que no es que los varones debamos cambiar algunas cosas, es que deberíamos desaparecer, o, si queremos piedad ante el exterminio que merecemos, debemos limitarnos a ser buenos, callarnos la puta boca y hacer lo contrario de lo que nos indican los instintos, que por lo visto -debe ser culpa de la testosterona- son nefastos siempre. Es curioso que la reflexión que a muchos, empezando por sus creadores, les suscita esta película es que los hombres tenemos problemas para comunicarnos, para expresar nuestros sentimientos, y que mientras no aprendamos eso que tan bien hacen las mujeres, seguiremos protagonizando escenas patéticas. Extraño porque  -dicho sea en favor de la película- los hombres que aparecen en ella expresan muy bien sus sentimientos, no hacen otra cosa, y yo desde luego les entiendo perfectamente, por lo que acaso no sean tan incompetentes en ello como se dice. Lo que les pasa no es que no se expresen, lo que les pasa a casi todos es que les va mal en la vida, que es por cierto lo que le ocurre a la mayoría de hombres -y de mujeres- que conozco.  

Miren, no, no me lo trago. Soy un varón que tiene bastante asumida su condición risible. Cuando he intentado hacer el papel de macho alfa me he estrellado con el consiguiente estrépito; he hecho el ridículo tantas veces en mi vida que no sé si voy a terminar hasta cogiéndole el gustillo. Fui educado en la masculinidad y he vivido escenas similares a las que, con indiscutible habilidad, plantea Cesc Gay. Pero no estoy seguro de que esa masculinidad me pese como un fardo muerto del que simplemente habría que desprenderse. Creo que -digámoslo así- he sabido deconstruir mi condición de hombre, no sé si ha sido un mérito mío o han sido las hostias que me he llevado las que, por pura supervivencia, me han inclinado a poner en cuestión todos los atributos de lo varonil con los que se me inficionó desde pequeño. Pero no he renegado de ellos, no de todos ellos, más bien he aprendido a conocerlos y ponerlos entre interrogantes para que no me estrangularan, pero sin llegar a deshacerme nunca de ellos por completo. Seré todo lo ridículo que quiera Cesc Gay, pero sigo creyendo en valores que la cultura ha asociado a la masculinidad. Y no me refiero a pegar gritos en el fútbol, ir de putas o tirarse eructos, me refiero a cosas como no dejar a tu familia a merced de los lobos, mantener el ánimo erguido en los malos tiempos, apoyar al compañero o no lloriquear cuando empiezan a silbar las balas. No son cosas que no pueda tener una mujer, por supuesto, pero yo las aprendí en un entorno varonil, qué vamos a hacerle. 

No estoy seguro de querer ser como son las mujeres. ¿Y cómo son? Si atendemos a la película, diríamos que lo tienen bastante más claro que nosotros y que su visión del mundo es mucho más equilibrada. La verdad es que he conocido mujeres gilipollas, machistas, estrechas, codiciosas, mezquinas, amorales o pueriles, y también a varones valientes, fuertes, consecuentes, inteligentes y abnegados... Por supuesto, esto vale también a la inversa, pero es que lo que plantea Una pistola en cada mano es que sólo lo femenino es virtuoso. 

Me viene a la memoria algo que oí a la ínclita Ana Belén cuando le encargaron dirigir una película que, por cierto, sospecho que es una bazofia. Preguntada por su condición femenina, debido a que no había entonces muchas directoras, dijo: "Es posible que el lado más sensible sí pueda aparecer en la película". Claro, es que las mujeres son muy sensibles... Si ustedes conocieran a algún trozo de carne con el que he tratado. Me dice mucho más algo que le leí a Maruja Torres, una de las personas -porque somos personas, no sé si se nos olvida- más lúcidas que conozco: "Si en el mundo no hubiera hombres tendríamos una sociedad con menos fútbol y menos guerras... y los mismos abusos". 

Tiene un par Maruja Torres. 

6 comments:

Anonymous said...

Es innegable que las mujeres ocupan cada vez más espacio en los centros de poder. No veo que caminemos hacia un mundo más justo, comprensivo, tolerante.

Ni siquiera una propuesta enfocada a un cambio de rumbo... Otra esperanza que se va por el sumidero.ó
Las mejores obras de teatro se deben a que una mujer las inspiró. Creo que la razón de que cualquier tipo sea capaz de encontrar las relaciones entre densidad y volumen son las mujeres.

Quizás sea esa la razón de que todas las religiones las hayan vetado.

El último filósofo puede que desentrañe a ella, no a dios. Sin embargo lo hará por parte indispensable de si mismo.

Tal vez lo que ese dios hijo de puta nos amputó debería ser parte de lo que ahora observamos como otra posibilidad. Solo un pensamiento sádico fabrica enemigos a los que necesitas, deseas.


Un saludo

David P.Montesinos said...

Veamos. No puedo compartir su pesimismo hasta los últimos extremos, pese a que sin duda una base de verdad en su decepción. Los procesos de emancipación de la mujer que se iniciaron en Occidente en el siglo XX, con el feminismo de los sesenta como epicentro de todas las transformaciones que hemos conocido, no han dejado el mundo tal y como era, por fortuna, pues creo que es infinitamente más deseable nacer mujer en 2013 que hacerlo hace medio siglo. Ahora bien, la pretensión de que a partir del cambio de estatus del género femenino construiríamos una sociedad justa e igualitaria se ha revelado ingenua. Acaso el problema no sea que "sólo" se ha liberado la mujer, acaso es que no se ha liberado del todo, lo cual se advierte en problemas tan conocidos como la feminización de la pobreza, la desigualdad laboral o la ausencia de normas de apoyo a la familia, algo que por cierto la Iglesia cacarea frecuentemente con una inmensa hipocresía, pues les oigo criticar el aborto o el desorden familiar, pero jamás reclaman legislaciones laborales que faciliten la vida profesional de las progenitoras.

Mi conclusión: no es que el feminismo haya triunfado y así nos va, es más bien que ha triunfado demasiado poco y así nos va.

Anonymous said...


Que quede claro que eso lo dice usted, por tanto, establece diferencias sustanciales, no sé si de carácter genético o biológico.

Conste en acta en su blog que para mi, un hijo de puta es equivalente a una hija de puta, que en definitiva es lo que desde un principio quise decir.

Respetando sus creencias, por supuesto,

David P.Montesinos said...

De acuerdo en lo de los hijos de puta, pero no creo que de mi artículo se deriven los principios sexistas que usted me acaba de atribuir. Respeto el feminismo, no el mujerismo, eso es lo que pretendo explicar.

Anonymous said...

De su articulo por supuesto que no. Usted se cuida bastante de mojarse.

Sin embargo creí entender en su respuesta algo que motivó mi replica;
"un hijo de puta es equivalente a una hija de puta", no tengo ni idea (aunque me gustaría saber lo que me estoy perdiendo) sobre la diferencia efectiva.

Thatcher, sin duda, una representante genial.
Me gustaría saber (según la respuesta que me ofrece) si usted cree en lo que dice o sencillamente estamos cumpliendo con unos supuestos que nos hacen merecedores de alguna consideración.

Entre tanto le repito; un hijo de puta, es equivalente a una hija de puta.

Un saludo.

David P.Montesinos said...

Si lee usted la última entrada verá cómo no tengo la costumbre de no mojarme. De hecho, si no me mojo no escribo, y lo que digo es lo que pienso, aunque no diga todo lo que pienso.

En la aseveración que usted repite no encuentro motivo para la discrepancia.

Thatcher y lo que representa -el thatcherismo- es la fuente de muchos de los problemas que tiene actualmente el mundo.