Friday, January 18, 2013




MELANCHOLIA

Con el mismo retraso que las actuales urgencias de mi vida me deparan para todo, consigo al fin ver Melancholía, el film con cuya premier en Cannes la lió su director, Lars Von Trier, que dijo ser nazi, lo cual es muy probable que le sirviera para no ganar la Palma de Oro, sin olvidarnos de la cara de "pero qué dice este imbécil" que le puso la protagonista, Kirsten Dunst. La película es magnífica, imprescindible; la manera de enfrentarnos al cine que propone Von Trier es única y va mucho más allá de teorías y corrientes, empezando por aquello de la llamada Escuela Dogma. 

Pero el caso es que no simpatizo con Von Trier, no con su cine, que insisto en que me parece admirable y casi siempre conmovedor, es que no comulgo con su manera de ver la vida. ¿Pesimismo? Sí, atroz. Y no digo que no tenga razón. En realidad los fatalistas siempre la tienen. Reclamó Cioran, el más contumaz de los pesimistas, su derecho a ser comparado con los grandes santos, pues ellos habían batallado por superar sus contradicciones tan enconadamente como él por preservar las suyas. Con la convicción de los evangelistas, el pesimista trata de persuadirnos de la primera de sus intuiciones: vivir no merece la pena, o, para decirlo con más eficacia, sólo podemos vivir al coste de esquivar la realidad. He aquí el gran ardid al que la vida nos somete: si queremos hacer soportable nuestra caída en el tiempo debemos sacrificar la lucidez, si abandonamos el reino de la ficción en que vivimos descubriremos el gran páramo de la existencia y sucumbiremos a la amargura y el hastío.

Woody Allen lo dijo también a su manera en alguno de sus gags más celebrados. "Si vamos a salir juntos es conveniente que conozcas mi filosofía. Para mí el mundo se divide entre lo horrible y lo miserable. Lo horrible son los tullidos, los enfermos terminales... Lo miserable somos todos los demás.". Insiste en esta idea con el chiste de aquellas dos señoras que están en un hotel y una le dice a la otra que "la comida aquí es bastante mala", y la otra le contesta que sí, y que "además las raciones son muy cortas". Los que no entienden a Allen se quedan solo con la copla fatalista, que sin duda  es omnipresente en él, pero olvidan lo que viene después, que a pesar de que la vida es un deambular oscuro y sin sentido, hay momentos tan memorables y maravillosos que sólo por ellos merece la pena estar aquí, y que, aunque ello no fuera suficiente, al menos siempre nos queda "contar mejores chistes". 

Creo que aquí reside el problema de Lars Von Trier: al contrario que Cioran, quien sin duda le hubiera acusado de impostor, carece de sentido del humor, sus películas reflejan una lastimosa incapacidad para tomarse en broma a sí mismo y a sus angustias personales. 

Veamos. Justine está celebrando su boda en un lugar solitario donde se han dado cita sus allegados. Todo sale mal porque su madre interviene en público durante el convite para expresar su odio por la vida y su escepticismo hacia el matrimonio y hacia cualquier sentimiento moral o afectivo. Rebrota en Justine su vieja depresión y todos terminan abandonando el lugar, excepto su hermana, Claire, que decide quedarse con ella junto a su marido y su hijo para protegerla de sí misma. Los efectos de la depresión son horrorosos, como bien sabe quien ha convivido con personas que padecen esta misteriosa enfermedad tan antigua como la civilización. Tan pronto Justine parece eufórica o aparece desnuda junto a un río como la hallamos sumergida en los abismos de la melancolía más desoladora. Como sucede con los depresivos profundos, el solo esfuerzo de bañarse o comer se convierte en ciclópeo, pues no se le ve sentido a nada, no hay fuerzas siquiera para lavarse los dientes. 

En la segunda parte de la película gana protagonismo Claire, hermana de Justine. Claire sospecha que los científicos, que han pronosticado que el planeta Melancholia va a pasar de largo sin chocar con la Tierra, podrían estar equivocados o mentir. "Quiero ver crecer a mi hijo", dice llorosa al comprobar que la bola que surca el cielo se está agigantando. Justine no la comprende. "La Tierra es malvada", dice. Como ya ha vivido en Melancholia no teme su llegada, en cierto modo la desea. No es que en la Tierra anide el Mal, la Tierra misma es el Mal. Éste se convierte entonces en fenómeno cósmico, no es cosa de mamíferos, ni siquiera de seres vivos, es el Ser mismo el que merece ser impugnado, Justine cree que es mejor la Nada. Por eso parece sentirse más confortada que Clarie ante la inminencia del desastre. 

Me siento cerca de Claire, y no de Justine, ni, por tanto, de Von Trier, en quien adivinamos su burla de los vanos deseos de sobrevivir de Claire. Le creo tan poco como cuando dijo ser un nazi. Soy un escéptico del ala moderada, me siento con tanto derecho como Von Trier para considerar que éste es un planeta inhóspito, pero, al contrario que él y que Justine, no me paso la vida intentando amargársela a los demás. 

Como Claire, miro al cielo temiendo la llegada de Melancholia. Estos últimos días, sin ir más lejos, he sabido que en 2036 un asteroide podría chocar contra este malvado planeta. No creo en la bondad de la Tierra, pero tampoco veo qué de bueno nos puede traer ese otro pedrusco. Para entonces, es posible que yo ya esté muerto, pero cuento con que mi hija esté intentando salir del paro. Por tanto deseo sinceramente que pase de largo. En cualquier caso, y mientras esperamos el armagedón, tengo la intención de divertirme todo lo que pueda. 

...Porque saltar en pedazos después de haberse amargado la vida a uno y a sus allegados, eso sí que es de imbéciles. 

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