Saturday, April 06, 2013

 

LOS MALOS

Desde siempre, el cine de masas, el No-Do y los libros de texto que pasaban los filtros de la censura nos dejaron bien clara la diferencia entre los buenos y los malos. No hacía falta cavilar ni reptar como serpientes por los laberintos de la ambigüedad, tal y como sucede en la vida o en lo que Umberto Eco llama las "narraciones problemáticas", esas que -como sucede en la novela de Balzac o en el cine de Welles- hacen cargar al público con la fastidiosa tarea de decidir por sí mismo. 

Mi abuela, de quien ya les he hablado, no albergaba dudas: "Santiago Carrillo es un demonio y La Pasionaria una puta". Claro que mi abuela, además de un ser entrañable y cordial, era una fascista de pro, no una española franquista por la pura inercia, como tantos otros, sino fascista con ganas, vocacional, incluso con tendencias extremistas, como se advertía cuando reprochaba a sus amigos sacerdotes ser poco observantes respecto a sus obligaciones, en especial la del celibato, o a los prebostes del Régimen por la debilidad que se apoderaba de sus viejas convicciones joseantonianas. Creo que le molestaba más La Pasionaria, pues no sólo era mala, sino además era mujer; en cualquier caso, nunca sabemos hasta qué punto una mujer de derechas odia a otra mujer, pues siempre les lanzan idéntica acusación de fulanismo. En cuanto a Carrillo, aseveraba sobre su responsabilidad central en los asesinatos de Paracuellos con la convicción propia de alguien que hubiera estado allí y lo hubiera visto absolutamente todo. 

Paul Preston acaba de sacar un libro que se anuncia como una "desmitificación" de Santiago Carrillo. El título está muy bien traído: El zorro rojo. Ya he hablado en alguna otra ocasión de este asunto. Lo hago con cierta desgana, pues el personaje no termina nunca de despertarme ni profundas complicidades ni sarpullidos de aversión. Creo que Carrillo fue un "político", en toda la extensión de la palabra. Los políticos -en tiempos de paz como los que conocemos- son ambiciosos, astutos, camaleónicos, oportunistas y, a menudo, deshonestos. Surgido de la ortodoxia del comunismo en una época tempestuosa, liderando corrientes sumamente activas desde que era casi un adolescente, Carrillo se vio metido de lleno en una guerra terrible para la que probablemente no estaba preparado. ¿Y quién lo estaba? ¿No es a fin de cuentas aquella guerra la horrorosa consecuencia de la inmadurez de una nación?

No sé qué hizo Carrillo en Paracuellos. La versión que ofrece Preston me parece sensata. No careció de responsabilidad, pero es ridículo pretender que ésta fue máxima. La vida me ha demostrado que las mayores atrocidades suelen cometerse en momentos de máxima tensión, esos en los cuales los seres humanos tememos por nuestras vidas y no sabemos estar a la altura que nuestros héroes infantiles de los tebeos acuden a reclamar a nuestra conciencia. No pretendo ser comprensivo, Paracuellos fue una monstruosidad, fueran quienes fueran los responsables primeros y últimos. 

Pero miren, hay algo en este asunto que me huele a chamusquina. No tengo mayores problemas con Paul Preston: creo que ha sabido formar parte del sector de historiadores rigurosos que, entre otras cosas, ha preferido la pulcritud metodológica a la manipulación de demagogos que escriben como supuestos historiadores sólo para decirles a lectores descontentos que lo que en realidad ocurrió es lo que ellos desean que ocurriera. En este sentido valoro su desmarque sin ambages respecto a la panoplia de la "equivalencia del mal", principio muy de la historiografía neofranquista y que propone que los dos bandos eran igual de malvados porque los dos asesinaron a mucha gente.

Y, sin embargo, El zorro rojo es, por lo visto, un libro contra Santiago Carrillo. No puedo opinar porque no lo he leído, pero sí he sido espectador desde mi más tierna infancia de una larga tradición según la cual la culpa de todos los males del mundo las tienen los comunistas. Quizá Carrillo fuera el arribista ladino y falto de escrúpulos que Preston al parecer presenta en su libro. Acaso por pereza, tengo tendencia a pensar que fue un señor inteligente y con una admirable capacidad para la supervivencia. Fue alguien poderoso dentro de corrientes que siempre terminaron derrotadas, incluyendo el partido eurocomunista que lideró durante la Transición y que quizá colaboró decisivamente a destruir. 

Algunas personas se encuentran a menudo en situaciones en las que deben tomar decisiones. En esos momentos es más cómodo apartarse, y no hablo de Paracuellos ni de torturas a disidentes ni de ninguna de las atrocidades que al parecer se asocian a Carrillo en el libro de Preston. Me refiero más bien a esos momentos en los que uno debe decidir qué es mejor para él y para otra mucha gente y no hay manera de librarse de las consecuencias negativas de lo que decida: éstas caen a plomo sobre ese hombre de forma inmisericorde.  

Algunos de esos personajes son grandes criminales, no sé si Carrillo lo fue, no me importa demasiado. Pero ¿y yo? Con frecuencia debo decidir. Por fortuna, no he de salvar un partido político ni decidir respecto a grupos de prisioneros mientras el enemigo invade la capital. Pero sí me encuentro en trances que para mí no son pequeños, pues afectan a personas cercanas, y que me exigen estar a la altura de las circunstancias. ¿Lo estoy? 

Paul Preston es seguramente un experto hispanista y un meritorio historiógrafo. Sabe que escribir contra Carrillo le va a dar muchos lectores, lo cual no está nada mal. Desde su casa de la lejana campiña inglesa toma el té mientras ve caer poéticamente la lluvia sobre las verdes praderas. Me gustaría tener tan claro como él, o como mi abuela, quiénes son los malos de esta guerra. 


  

4 comments:

Leda said...

Mi abuela, que todavía sigue siendo un ser entrañable -y hasta cordial- a pesar del alzhéimer, en las discusiones familiares sobre política me llamaba cariñosamente ‘comunista jodía’. Cómo me gustaba picarla… y cómo nos reíamos las dos. Y, por supuesto, ¡no se le podía nombrar a Carrillo! Ella no sabía lo que hizo o dejó de hacer en Paracuellos: simplemente estaba en el bando contrario.



Ha muerto José Luis Sampedro. No he podido evitar la sonrisa tras leer las declaraciones de Olga Lucas, su viuda:

"Nos dijo que quería beberse un Campari, así que le hicimos un granizado de Campari. Me miró y me dijo: 'Ahora empiezo a sentirme mejor. Muchas gracias a todos'. Se durmió y al cabo de un rato se murió".

Ayer murió un hombre bueno.

David P.Montesinos said...

José Luis Sampedro me parece un ejemplo de ancianidad venerable. Se puede envejecer y morir de muchas maneras, este señor hizo causa de la indignación y mostró una lucidez y una determinación admirable. Me recuerda a figuras como Bertrand Russell, que ya nonagenario acusó con rotundos argumentos al gobierno de los EEUU por las atrocidades de la Guerra del Vietnam.

De lo que pasó con Carrillo en Paracuellos nadie está demasiado seguro, lo que sí sabemos es que fue una guerra horrorosa que costó más de un millón de muertos, muchos de los cuales aún no han encontrado reparación, sus huesos anónimos reposan en cunetas y fosas comunes a la espera de una justicia que para la mayoría no llega nunca.

Anonymous said...

No existen evidencias determinantes en los crímenes de Paracuellos. Sí se conoce la "obra" de aquellos que recurrieron al crimen para hacerse con el poder –que consiguieron- y que nunca fueron juzgados. Que jamás pedirán perdón.

España es uno de los pocos países civilizados del mundo donde los caminos se sustentan en los huesos de miles, muchos miles de asesinados cuyo único delito fue votar. Una de las pocas "democracias" en las que uno de los principales partidos políticos no ha condenado ni condenará jamás la dictadura o sus medios para llegar al poder.

Cuando los muertos salgan de las cunetas... tal vez cuando el último cacique de este pais se haya ido para no volver; juzgaremos a Carrillo.

La reputación de los historiadores británicos suscita pocas suspicacias. (no conozco el motivo) Las sospechas que incitas son como mínimo bienvenidas.

Un saludo.


David P.Montesinos said...

Estoy completamente de acuerdo en que la amnesia decretada desde las instituciones desde la célebre Transición nos ha dejado la democracia en una cojera permanente. Me hace gracia la insistencia de algunos sectores en acusar de rencorosos o de querer "remover cadáveres" a quienes exigen el cumplimiento en todas sus implicaciones de los derechos de las víctimas, cuando es precisamente el reconocimiento y la puesta en práctica de ese derecho lo que mejor define la legitimidad del sistema. Mi interpretación es que la derecha está obsesionada con Carrillo porque en el asunto de Paracuellos cree ver justificada la teoría de la equivalencia del mal, que es algo así como decir que "nuestro bando cometió crímenes, pero vosotros también, luego los cuarenta años de dictadura se deben dar por buenos". Razonamiento burdo, sí, pero le aseguro que lo hacen todavía muchos españoles.

Y sí, el prestigio de Paul Preston es incuestionable, pero temo que con un libro que se va a vender muy bien pueda haber cedido a la tentación de alcanzar la máxima repercusión mediática.