Saturday, May 04, 2013




SU MAJESTAD 
EL TONTO DE TU HIJO

Los historiadores asocian el debilitamiento de la tradicional familia patriarcal con la desaparición de antiguas instituciones, como el matrimonio concertado, y con la emergencia de fenómenos tan novedosos -aunque ahora los imaginemos como si siempre hubieran estado naturalmente entre nosotros- como el del amor romántico o la familia afectiva. En esta lógica encuentra su caldo de cultivo el sujeto edípico que, tal y como se entiende a partir de Freud, incorpora la rebelión contra el Padre y sus concreciones históricas -la postergación de mujeres y jóvenes, el ascetismo, la teocracia o la monarquía- como parte indispensable de la configuración de las subjetividades. Muchas de las consecuencias tienen sin duda valor emancipatorio, por ejemplo la práctica de eso que pone tan nerviosos a los fanáticos religiosos, la contracepción, que tanto ha contribuido a construir espacios de vida menos asfixiantes para todos y, en especial, para las mujeres, que al fin han superado la esclavitud impuesta por su destino biológico. 

La disminución de la natalidad es parte de una mutación histórica colosal que supone, entre otras muchas cosas, que el hijo entendido como simple objeto propiedad de sus padres se convirtiera en sujeto de derecho, lo cual explica que sólo a partir del XIX se empezaran a criminalizar prácticas por lo visto muy comunes anteriormente como la del infanticidio. Desde entonces el matrimonio, más allá del mito romántico de la pareja, se construye desde la responsabilidad de los progenitores con sus hijos en relación a su seguridad y su alimento,  su mapa moral, su futuro... Diluida o al menos decaída la imagen de la autoridad paterna, el niño crece y se hace adolescente ocupando el lugar central que antaño ocupaba Dios Padre. Ha llegado His Majesty the Baby. 

No es extraño que en algunos spots publicitarios de esos en los que se les indica a las mujeres en qué consiste la "vida buena", la figura del Príncipe Azul -el gran amor al que se supone que entregas tus sueños desde adolescente- no sea un tipo guapo y atlético como los de las novelas de Barbara Cartland, sino un bebé, uno como esos que aparecen en las fotografías de Anne Geddes, considerada como "la mejor fotógrafa de niños del mundo", y cuyo trabajo me resulta tan irritante que creo que pondría a mi hija en manos de Hitler antes que dejar que esta individua la retratara vestida de abejita o encerrada en una crisálida de gusano.   

Ahora bien, esta corriente tan extendida por el mundo occidental y que otorga a la infancia un lugar casi sagrado tiene bastantes más implicaciones desagradables que las horteradas fotográficas de Geddes. Llama la atención que incluso en plena crisis haya padres de familias modestas que compiten entre sí por hacer el convite más espectacular para el bautizo de su vástago, ellos que por cierto suelen burlarse de los beatos que van a misa regularmente, pero que luego no dudan en pasar por la vicaría para hacer ingresar a su niñito en el registro de los españoles oficialmente sujetos a la fe vaticana. Aún más empalagosos me parecen quienes celebran "bautizos civiles", con similares gastos, donde convocan a las amistades para dar la bienvenida a este mundo tan dulce y hospitalario a un niño al que normalmente han puesto un nombre bien hortera. 

Este asunto de los nombres horteras podría enunciarse como el "Síndrome Tom Cruise" o, si lo prefieren el de la "Beckam family", que consiste en ser original y estupendísimo de la muerte no solo cuando uno acude a galas de Hollywood, hace películas o se pone tatuajes hasta en las encías, sino también cuando tiene hijos. Así, los Beckam, por ejemplo, llamaron "Harper Seven" a su último retoño, que es llamarse como el mudo de los hermanos Marx, pero con el añadido de un número, un poco como un preso de Auschwitz pero en chupiguay. Como lo característico de nuestras sociedades consumistas y sobreinformadas es que -aunque sigue habiendo pobres y ricos- la estupidez se democratiza, hay quienes ponen a sus hijos nombres tan ideales como "Vida", "Ella", "Tiziana" o "Atalanta", qué monada, se diría que como la idea es tener pocos hijos y, a ser posible, que te los cuide la abuela, hay que darles un nombre bien original para hacerles sentir que los padres los reverencian y que son únicos y singulares. 

El catálogo de gilipolleces que la gente hace últimamente con los niños es interminable. He visto cosas tan irritantes como a unos padres que exigieron a la clínica que les dejara estar desnudos durante un rato acurrucados con el bebé inmediatamente después de su alumbramiento. Hay madres vinculadas a un pintoresco movimiento llamado "lactivismo" que, bajo el principio de que la lactancia es una liturgia contra la que conspiran diversos poderes para arruinar la mística unión afectiva entre madre y bebé, organizan grandes "mamadas callejeras" (les juro que no lo invento, las llaman así) y se las ve por ahí con el niño en brazos como si llevaran al pequeño buda. 

La verdad, no estoy demasiado seguro de que todas estas mamarrachadas no sean exactamente lo mismo que aquello que me pasaba cuando era crío, que se nos acercaba una parienta o una amiga de mi madre y nos amargaba durante horas con que sus hijos eran guapos, geniales y estupendos, ante lo cual mis hermanos y yo nos mirábamos con cara de "hay qué ver qué mierdas que somos" y luego nos íbamos a jugar, felizmente liberados de la responsabilidad de que nuestros padres tuvieran que presumir de nosotros. 

Me viene a la memoria una mujer que venía a visitarme con frecuencia al Instituto para hablar sobre su hijo. Era una persona infortunada, abandonada por su marido, trabajaba limpiando escaleras de sol a sol y parecía estar muy sola. "Perdona que venga todas las semanas a darte la lata con mis preocupaciones sobre mi hijo, es lo único que tengo en la vida", me confesó una mañana, y entonces descubrí que aquella pobre mujer era la madre más lúcida y coherente que había conocido nunca. 



Por todo ello, y casi dos años después de que naciera mi hija, voy a ofrecerles algunas conclusiones provisionales sobre lo que para mí, y a estas alturas en que ya no puedo excusarme como inexperto, supone la paternidad. Les aviso que voy a dirigirme a usted en primera persona y a ponerme bastante borde, pues estoy sinceramente hasta los mismísimos cojones de oír idioteces. Ahí van. 

1. Tu hijo no es un superdotado. Hay psicólogos muy desaprensivos que te dicen lo que quieres oír, que si tu hijo es un pelma y no lo soporta nadie va y resulta es que el mundo no le entiende ya que tiene un enorme talento, que si aullaba durante horas al ir a la guardería es porque no se avenía con los niños normales, ya que él con un año ya leía tebeos y pintaba con ceras . Y hala, a seguir todos aguantando las patochadas del niño. 

2. Tu hijo no es hiperactivo, es pesadísimo, como casi todos, pero la hiperactividad es una enfermedad muy seria de la que tú hablas con la misma ligereza con la que dices que estás "deprimido" una tarde de domingo. En todo caso estaría bien que intentaras disciplinarlo un poco y hacer que se esforzara de vez en cuando en concentrarse o, al menos, que no machaques al profe del cole cuando intenta él lo que tú te niegas a hacer para no bloquear la libre espontaneidad del genial imberbe. 

3. Tu hijo no es "muy independiente" ni "juega solo", gilipollas, lo que pasa es que tú te pones a hacer el tonto con el móvil y te olvidas de él durante largos ratos. Yo jugaba mucho sólo de niño y así he salido, con una fobia social acojonante. Deja de ver por sistema todo como síntomas de talento y madurez. Tu hijo es un mamífero dependiente y miedoso como lo eras tú. 

4. Tu hijo no come de todo ni duerme como un lirón. ¿Por qué mientes? No estaría mal, por simple sentido de la solidaridad, que cuanto un amigo te cuenta un problema de esta índole no le contestes haciéndole ver que tu hijo es perfecto y que si el otro tiene problemas es porque los demás padres hacen mal las cosas. 

5. Si quieres llevar a tu hijo a una guardería donde hablen francés, allá tú, pero luego no hagas discursos sesudos diciendo que los capitalistas manipulan a la gente a través de la publicidad para sacarle la pasta.

6. Tú no eres un buen padre, no naciste enseñado, estás aprendiendo a trancas y barrancas, si algo te sale bien a lo mejor no es que lo hagas bien sino que tienes suerte. 

7. Tu hijo no es guapo, es más, seguramente tiene cara de mandril, te parece a ti guapo, que no es lo mismo. Tu impresión responde en realidad a un dispositivo psicológico urdido por la naturaleza para que lo cuides. Además, crees que es guapo porque se te parece, lo cual demuestra lo asquerosamente presumido y narcisista que eres. 

8. Tu hijo no es "un niño muy alegre", tiene terrores nocturnos, padece horrorosos dolores de encías y de vientre que tú no soportarías. Los adultos que se le acercan pidiéndole besos le producen una desconfianza terrible... Y hace muy bien, porque sus instintos le preparan sabiamente para un mundo inhóspito.

9. A nadie le interesan las payasadas de tu hijo, te hacen caso y sonríen cuando las cuentas por amabilidad condescendiente. Si otro padre te pregunta sobre si duerme o si le das aspirinas no es porque le interese lo que hace tu hijo, el que le interesa es el suyo; es una cuestión técnica, como cuando te preguntan por la tapa del delco o cómo se cambia una rueda pinchada. 

10. A tu hijo no lo quiere todo el mundo, como a veces te hacen pensar, los humanos somos egoístas y sólo solemos querernos a nosotros mismos; la gente le sonríe a tu hijo porque los niños suelen caer bien, pero desengáñate, solo a dos personas les parece un ser perfecto: a sus dos padres. 

3 comments:

Ricardo Signes said...

Leo tu artículo y casi que me están entrando ganas de emanciparme de mi hijo, oye. Se ve que tu Carmen te ha dado una mala noche, ¿no? Recuerdo haber leído en un "apunte carpetovetónico" de Cela respecto a un personaje suyo lo siguiente: "había tenido un hijo, que si no le dio la felicidad, al menos le dio preocupaciones". Y esta otra en otro sitio, que aún me gusta más: "Todos los niños cuando nacen son unos genios. Ya nos encargamos los mayores de convertirlos en gilipollas".
Muy divertido lo tuyo, David.
Un saludo.

David P.Montesinos said...

Carmen me da algunas malas noches, pero me las dan peores algunos padres, por ejemplo algunas personas de mi círculo familiar que parecen creer que no han tenido un niño sino a la reencarnación de Cristo, Einstein y Buda juntos. ¡Qué plastas!

Anonymous said...

Nunca he entendido a esa gente que felicita a los padres por sus hijos recién nacidos. Yo hasta los 50 años más o menos no me pronunciaría. Todos esos imbéciles con los que lidiamos a diario también fueron niños.

BT