Saturday, April 26, 2014




1. No debe sorprender que un cofrade encapuchado protagonice la portada de España y los españoles, ensayo en el que Juan Goytisolo nos enseñó que la nuestra es la historia de la persecución inmisericorde de todo lo que suena a mestizaje y heterodoxia. La puesta en escena del dolor en la Semana Santa es la apoteosis de la versión católica del cristianismo. Nada parece más alejado del mensaje evangélico que lo que a primera vista recuerda a un ritual histérico de plañideras; nada disuade tanto del esfuerzo de meditación que reclama el sacrificio del Padre como un desfile de penitentes acompañados por legionarios romanos inspirados en el atrezzo de Ben-Hur. 


Y, sin embargo, hay algo más que puro exhibicionismo aldeano en este juego de signos, esa teatralización que -como sucede con el vino- distingue en sus matices la idiosincrasia de cada pueblo. El catolicismo es en realidad una confesión terriblemente pagana y primitiva. Su santería le acerca a los antiguos credos politeístas o a la hechicería tropical, su fe en el poder mágico de imágenes y huesos parece más propia de tribus animistas. Si aquí acabase todo sólo habríamos de sentir lástima por los pueblos surgidos a orillas del Mediterráneo, es decir, por nosotros mismos, comunidades que miran hacia el sur y que son refractarias a la libre conciencia del burgués y, por tanto, a la modernidad. 

Pero tras la barbarie de la iconolatría asoma un designio inalcanzable para los pueblos civilizados: la firme determinación de proteger la cohesión de la tribu. Al contrario que en las religiones mosaicas, los católicos han aprendido a poner secretamente en duda el asfixiante totalitarismo impuesto por esa entelequia del dios omnipotente; al contrario que el libre examen protestante, exhibe en público sin rubor su fidelidad porque no es al Cruficado sino a la propia comunidad a quien se rinde homenaje. Siniestra y, por eso mismo, oscuramente hermosa, la Semana Santa es uno de los últimos ritos irreductibles al homo oeconomicus del capitalismo que aún resisten entre los pueblos derrotados de la historia. 

2. La figura de Esperanza Aguirre me hace preguntarme a menudo en qué tipo de país quiero vivir. Es en este sentido un personaje positivo, porque su condición extrema -incluso dentro de la propia derecha española, que ya es decir- invita a plantearse cuestiones esenciales. No tengo duda de que cuando protagoniza un episodio tan cutre y tan bochornoso como el de los policías del otro día hay un sector de incondicionales que la aman más que nunca, pues ven en sus actos lo más profundo de sus propios deseos, es decir, el de dejar de respetar las leyes porque la obediencia sólo es para perdedores. En el incívico proceder de Aguirre reconozco lo más cutre de algunos de los vecinos, compañeros o familiares con los que me veo obligado a coexistir diariamente, aquellos que molestan con el claxon o la radio a toda potencia, que insultan a los demás conductores o se apoderan del carril izquierdo mientras intimidan a la gente con su motor de no sé cuántos caballos. 

Este macarrismo de la derecha española responde a un inconsciente deseo de contrapesar el primero y más asfixiante de sus principios: la obediencia. Adoran a Aguirre porque para ellos siempre será un principio asumir que la clave de bóveda del edificio democrático es el respeto a los derechos ajenos, incluso a los de aquellos que no nos gustan. Respaldan conductas tan cutres y tan despreciables por la misma razón que votan insistentemente a los corruptos: no creen en la honestidad ni en las leyes, necesitan líderes asertivos, gente con determinación y desfachatez suficientes para hacer creer a quienes han nacido para lacayos que personajes así tienen mano de hierro para solucionar los problemas de la nación.

No es sólo cuestión de tener un mal día, entre otras cosas porque la rectificación no parece formar parte del ideario de la goyesca oligarca madrileña. Viene bien recordar ahora la repugnante trama corrupta que la llevó a la presidencia de la comunidad, las privatizaciones de servicios públicos esenciales, los oscuros tratos de favor a personas muy cercanas a ella, el vodevil de Eurovegas, la manipulación escandalosa de Telemadrid... 

Yo creo que cualquier día se tirará un pedo bien gordo por la calle de Alcalá mientras diga "toma, rojos" o "jódete, Gallardón", y sus acólitos le reirán la gracia.   

Saturday, April 19, 2014


LA INMORTALIDAD DE GARCÍA MÁRQUEZ

"Muchos años después ante el pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde en que su padre le llevó a conocer el hielo." Se me ocurre en este instante pensar en qué últimos recuerdos pasaron por la mente de Gabriel García Márquez antes de morir... Y pienso igualmente en mí, ¿qué recordaré cuando me halle ante el pelotón? Quizá aquella tarde a las afueras de Mestalla donde mi abuelo nos esperaba a mi padre y a mí, con el Seiscientos abierto, sonriente porque el Valencia había ganado, o aquellos toldos blancos y negros del edificio de enfrente del colegio, símbolo de la fortuna que envidiaba de quienes no tenían que pasar sus días encarcelados en un aula, o aquel rompeolas donde nos sentíamos inmortales...

Fui un lector disciplinado de García Márquez. Por algún motivo -esa bulimia compradora de libros que uno termina no leyendo pero protege contra las tempestades en su interminable biblioteca, una misteriosa intuición que le dio a entender que en aquel tipo renegrido y con bigote se encontraba un Faulkner latinoamericano- mi padre se hizo con todas sus novelas y libros de cuentos escritos hasta el ochenta y tantos, cuando le dieron el Nobel. Decidí leerlos uno por uno, supe que iba a ganarme la condición de lector de novelas con aquellos libros. Fui tanteando por un territorio narrativo algo entrecortado pero fascinante, desde el que ya empezaba a asomar el universo de Macondo. Los tres días en los que, por fin, le hinqué el diente a Cien años de soledad, fueron acaso los más placenteros y fascinantes de mi vida hasta entonces.

Descubrí un mundo nuevo en aquel relato tan complejo y a la vez tan redondo, tan perfectamente cerrado sobre sí mismo y a la vez tan ambiguo y lleno de guiños, aporías y dobles sentidos, pero al tiempo aquel territorio salvaje donde todo era tan joven que las cosas aún no tenían nombre tenía el sabor de algo muy antiguo, aquellos cuentos que tanto nos fascinaban cuando éramos niños y aún sabíamos escuchar.

García Márquez representa muchas cosas para la literatura universal, y no tengo ninguna duda de que sus textos figurarán en los análisis al costado de los más grandes. Será la escritura de la soledad de Hispanoamérica, el grito ahogado del dolor, la pobreza y la violencia, el ánima quijotesca, rabelesiana y hasta bíblica que se presiente entre las páginas de sus obras más osadas y enérgicas. Todo esto es verdad, pero para mí Gabo será para siempre el hombre que sabía contar, y que además disfrutaba haciéndolo.

Hay algo que echamos cada día más de menos en este mundo donde parece haberse abaratado la licencia para creerse dueño de una historia que contar, donde desde los periódicos, las redes sociales o los e-book se nos relata cualquier cosa y nosotros la leemos con prisa y sin demasiada atención: faltan las grandes historias, los relatos como los de antes. No quiero marcianos ni superhéroes reunidos, espero que alguien sepa relatarme como un hombre casi enloquece empeñado en desenterrar un barco encallado desde tiempos inmemoriales y la aventura adquiere proporciones épicas.
Ha muerto uno de los mayores fabuladores de la Tierra. "Ésta es, incrédulos del mundo entero, la verídica historia de la Mamá Grande, soberana del reino de Macondo, que vivió en función de dominio durante 92 años y murió en olor de santidad un martes del septiembre pasado, y a cuyos funerales vino el Sumo Pontífice". Igual al Papa le da por pasarse, a fin de cuentas también es sudamericano, tendría su ironía.

Saturday, April 12, 2014




ECHEMOS UNAS RISAS 

Alguien ha comparado los últimos acontecimientos en la ciudad de Valencia con una novela de Mario Puzzo, pero temo que la solemnidad que envuelve a los Corleone vuelve el símil excesivamente generoso. En la mirada profunda de Mike se presiente el drama del asesino: vive en el callejón sin salida de la mafia porque es la única oportunidad para la supervivencia de su familia. El asunto del intento de secuestro de un ex-Presidente del Valencia cf por otro, que ha conmocionado a la ciudad en la última semana, tiene marchamo igualmente delincuencial, pues contiene todos los elementos que la escena requiere -el sicario italiano, la cita en la pizzería, la planificación del crimen...-, pero añade un pestilente olor a acequia y a cutrez. No nos equivoquemos, aunque nuestros malos sean malos porque son dañinos, antes que miedo lo que provocan es risa, por no decir lástima. No se parecen a Al Pacino, se parecen a Tony Leblanc. 

A propósito no sé si recuerdan cierta película local de finales de los sesenta, El dinero tiene miedo. Un desaprensivo convence a dos empresarios incautos para llevarse su dinero a Suiza y pegar lo que presenta como un colosal pelotazo financiero. Es muy serio, sí, tanto como que el mundo parece estar yéndose a la mierda precisamente porque a todo este tipo de personajes les han tolerado sus corruptelas unas instituciones que han traicionado la confianza de sus ciudadanos. Pero, qué quieren que les diga, a mí me da risa la imagen de Tony Leblanc pasando la aduana del aeropuerto con una maleta tan repleta de billetes de mil pesetas que se le van cayendo por el camino.

El año pasado Justo Serna publicó un ensayo titulado La farsa valenciana. Tras un exhaustivo repaso de fechorías, venalidades y soflamas grandilocuentes, nos asiste la sensación de estar viviendo en medio de un esperpento. El saqueo del País Valencià es una tragedia sin excusas porque los culpables son los valencianos, es un desastre que no tiene causas naturales ni responde a más maldición que la de la corrupción moral y la bochornosa aquiescencia de unos ciudadanos que, una elección tras otra, dan alas a la jerarquía política y económica para que siga convirtiendo el territorio en una especie de Isla Tortuga donde parece que lo raro es no robar. Y, sin embargo, insisto, la escena no consigue asomar con tonos trágicos. 

El caso de Soler es paradigmático, todo un símbolo de la prosperidad valenciana de los años del boom inmobiliario. Su todopoderoso papá le regaló un club de fútbol y él lo embarcó en una larga serie de proyectos faraónicos -incluyendo una delirante política de despilfarro en fichajes- que han dejado a tan histórica entidad en quiebra técnica y al borde de la extinción. Todo ello, por cierto, en medio del beneplácito de amplísimos sectores de la sociedad valenciana, las sospechosas facilidades que otorgaban las instituciones y la cobarde pasividad de unos medios de información que, con la honrosa excepción de la Cadena Ser, le rieron las gracias y no se atrevieron a cuestionar ni sus peores cacicadas. 

Así es esta comunidad. En estos días, el club de fútbol que dejó devastado Soler se ofrece al mejor postor. Asociado, aunque sin poner un duro, claro, a cierta empresa de origen ruso que pretende comprar el Valencia, el célebre Alfonso Rus, parlamentario de pro, alcalde de Xàtiva, presidente de la diputación valenciana e ilusionado desde crío con presidir el club, desacreditó la oferta rival de origen árabe afirmando que "los moros no han gobernado Valencia desde Jaume I". De inmediato los árabes abandonaron la puja. 


Cuando en algunos círculos manifiesto mi condición de seguidor irredimible del Valencia suelo recibir más de una sonrisa condescendiente, cuando no alguna censura. Me importa bien poco, estoy en paz con el hincha que llevo dentro. Siempre encontraré un misterioso romanticismo en ese anciano que acude con su hijo un lunes a las diez a Mestalla para animar a su equipo mientras se desata un aguacero sobre el estadio. Y sí, el fútbol es un negocio especialmente turbio donde toda suerte de desaprensivos acuden a buscar su tajada. Y, en consecuencia, los aficionados que lo sostienen son acaso unos cándidos. Pero no nos engañemos, la institución futbolística que nos abochorna es sólo uno más de tantos ejemplos de bajeza moral, corrupción, despilfarro y gestión irresponsable como proporciona la sociedad valenciana de los últimos tiempos. 

Soler es tan sólo una criatura de la Valencia del PP, la California del Mediterráneo convertida en una comedia bufa. Mejor reírse un poco, antes de que la vergüenza nos asfixie. 

Friday, April 04, 2014

LA VALLA DE MELILLA





1. Subidos durante interminables horas a lo alto de una valla para cíclopes, hombres desesperados huyen no se sabe de qué circunstancia pavorosa tras un horizonte alimentado en su imaginación por las antenas parabólicas de África. Agotados, algunos se duermen, en lo que parece el ejercicio de un funambulista; hay uno desvanecido, a punto de caer. Si yo tuviera esa fuerza sería invencible. 

 
2. Tras acceder al otro lado de la valla de Melilla sorteando todo tipo de peligros, un grupo de malíes celebra alborozado su hazaña entonando el himno de su país. Qué ridículas resultan a su lado todas las proclamas de patriotas y nacionalistas de nuestro entorno, qué miseria de himnos oficiales entonados tediosamente por legiones para los que, en realidad, no significan nada. El himno de Malí debería ser la nueva Marsellesa, el homenaje a la Libertad que guía a los pueblos. 
 
3. Las concertinas sólo pueden haber sido diseñadas por criminales. Cuando los líderes de la Alemania del Este fueron condenados por ordenar disparar a los fugitivos, todos nos vanagloriábamos porque la Caída del Muro de Berlín significaba el fin de las fronteras y el triunfo de la libertad. 


4. ¿Qué sucede más allá de la valla? ¿Qué fogatas se encienden en el Monte Gurugú para resistir el frío de la noche? La valla sirve para que podamos ignorar tranquilamente qué sucede tras la valla: la valla de Melilla es la frontera que le ponemos a nuestra conciencia.