Friday, June 13, 2014

FUTBOLIDAD




El Gobierno de España ha convertido en costumbre algunas prácticas que hieren la sensibilidad de cualquier ciudadano al que no le guste que le tomen por imbécil. Ofrecer ruedas de prensa desde una pantalla de televisión, pongamos por caso, coge cierto aire de gag de comedia baratucia; prohibir las preguntas en una comparecencia tiene también su miga; y no hablemos de lo fugarse a cazar renos, a unas sesiones de Spa o a la final de la Champions en esos momentos especialmente inoportunos en los que al país le crujen las juntas. Hay otros hábitos menos hilarantes pero bastante más peligrosos, por ejemplo el de la agostidad, que huele un poquito a crimen sórdido, más si le añadimos aquello de la alevosía. Deberíamos tenerle pánico al mes vacacional, el Gobierno aprovecha que la gente está comiendo sandía bajo una sombrilla para imponer alguna "reforma" -que es como llaman ahora a perpetrar atrocidades- esperando con ello que no se desencadenen mayores tormentas.


Soy aficionado al fútbol, bueno, lo era, o en todo caso habría que decir que soy pero no ejerzo mucho últimamente. Hace años que no atiendo a las secciones deportivas de telediarios y periódicos porque, aparte de no importarme demasiado si Cristiano Ronaldo come chirimoyas o se hidrata la faz con mierda de vaca, creo que me he vuelto un poco borde. Siempre supe que el fútbol era un reducto de vividores y desvergonzados que intentan engañar a legiones de ilusos para sacarles los cuartos, pero con la edad he ido entendiendo que sucumbir sin resistencia a tramas malolientes es peor que tragarse ingenuamente los mejunjes mientras te enrollas la bufanda de tu equipo. 

Desde que empecé a fijar mi mirada en esos tratantes de mercancía a comisión que son los managers, en los sujetos -normalmente lo peor de cada casa- que alcanzan poder y fortuna en la gestión de los clubs de fúbol, o en la falta de escrúpulos con la que la prensa especializada gestiona la información, he sabido que la magia con la que uno se emociona en ese teatro de los sueños en que a veces se convierte un estadio es en realidad un caramelo envenenado. 


No voy a hablar de Leo Messi, el futbolista más virtuoso que he conocido, sobre el que se investigan una serie de maniobras que, de ser ciertas, sólo merecen una mueca de profundo asco. Pero Messi no es el único malvado de toda esta historia. La FIFA lleva mucho sin saber disimular las inclinaciones más corruptas que alberga desde que la conozco. Nunca he dudado que los arbitrajes mundialistas eran a menudo teledirigidos y que sólo los árbitros que pitan a favor del que ha de ganar viven felizmente protegidos al amor de la casta de Blatter. Hay demasiado dinero en juego para dejar que un desaprensivo colegiado con sentido de la justicia deje al azar de la pura competición que Camerún o Jamaica estropeen un Mundial derrotando al que la oligarquía que rodea el fútbol quiere que gane. ¿Insinúo que la competición está amañada? Digamos que está convenientemente orientada. 

Este tema parece a fin de cuentas menor al lado de lo que se ha descubierto en torno al próximo Campeonato del Mundo, a celebrar en el petroemirato de Qatar, uno de esos países donde, entre llamadas a la oración desde un minarete, unos cuantos viven en medio de un lujo escandaloso y la inmensa mayoría en condiciones de práctica esclavitud. Resulta que muchas delegaciones nacionales, preferentemente de países pobres, habrían sido sobornadas por los qataríes para votar en su favor en la carrera por obtener la sede de la Copa del 18. Hará un calor espantoso por aquellos desiertos, pero será una oportunidad estupenda para que unos cuantos hagan suculentos negocios y el resto siga igual de jodido.

En estas horas nos siguen llegando noticias de las protestas en Brasil. ¿Cómo es posible que estos grupos airados boicoteen el campeonato que se disputa en casa? ¿No se dan cuenta de que la nación se juega su prestigio internacional? ¿No ven que pueden incluso dañar las posibilidades de la canarinha? Pese a que muchos brasileños han salido de la miseria desde Lula parece razonable que pobres y sin techo se indignen por el despilfarro astronómico que supone la organización del evento cuando ellos no saben si comerán esta noche. "Es bueno para el país, bueno para todos", les contestan en los ratos en que no carga la policía. Ellos siguen protestando porque sospechan que sólo es bueno para unos pocos. Como suele decirse: privatización de las ganancias, socialización de las pérdidas. A ver si con un gol de Neymar se les pasa la tontería. 

En cuanto a mí, voy a ver los partidos de La Roja, pero con mucho miedo. No tanto por si nos la lían los rivales como por lo que pueda colarnos el bueno de Rajoy en pleno éxtasis de futbolidad. 

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