Monday, August 11, 2014

DESPUÉS DE LA ORGÍA




 


Así definía Jean Baudrillard a nuestro tiempo o, para ser más preciso, a los años ochenta y noventa: vivíamos los tiempos post-orgía, nuestro estado de ánimo era la resultante de saber que los grandes fastos de la liberación que se nos prometió durante tanto tiempo ya habían pasado. No estoy seguro de que hayamos dejado esa resaca, o acaso se ha instalado entre nosotros de tal forma que ya no parece lo posterior a nada, como si el desencanto fuese nuestra condición natural. 
 

No siempre fue así, claro. Los acérrimos de los movimientos emancipatorios de los años sesenta nos han intentado convencer de que su revolución no llegó a producirse nunca, traumatizados ante la evidencia de que el paraíso con el que se las prometían tan felices se parece muy poco al escenario en el que nos hallamos. La globalización como fenómeno arrollador que despierta más angustias que esperanzas, capitalismo especulativo o, como dicen algunos, de ficción, crisis y crecimiento de la brecha social, destrucción del Estado del Bienestar, catástrofe ecológica, amenaza fundamentalista, populismos y democracias de baja intensidad… No, el Futuro ha sido una decepción. Y, sin embargo, es preciso torcer la mirada para intuir la ironía del destino, que deparó en el presente la Gran Fiesta a quienes convocaban al futuro. La Revolución ya se ha hecho: muchos de los sueños se cumplieron. Si las comunas fracasaron no fue porque entrara la policía para disolver el amor libre a porrazos; si no aceptábamos la imposición de convertirnos en adultos esclavizados por el Sistema podíamos quedarnos en casa de nuestros padres para siempre; si no queríamos comer porquerías industrializadas nos pudimos hacer vegetarianos y comprar un terrenito donde plantar zanahorias orgánicas, si no queríamos ir al Vietnam podíamos dejar que ahora fueran soldados profesionales los que mataran y se dejaran matar en el Golfo y Afganistán.

 
España tardó más, claro, pero al fin murió el Dictador y pudimos votar al PCE… Ya se encargó  de demostrar que no eran lobos feroces y nosotros de abandonarles. La liberación sexual ha permitido ver matrimonios gays, tetas en Telecinco parejas sólo por amor y biografías no determinadas por el cura ni las vecinas chismosas. Después hemos comprobado que a la política se dedica lo peor de cada casa, que la comida orgánica es cara, que negarse a tener hijos es tan jodido y angustioso como tenerlos, que a las chicas les gusta, pese a todo, vestirse de novias y que los tíos han descubierto que sexo libre no supone mucho más que películas porno.


Es síntoma de falta de perspectiva aseverar que la Revolución nunca llegó a realizarse, lo que sucede es que no tenía la cara que esperábamos. Hoy disfrutamos de libertades similares a las que se exigían a voz en grito en las manifestaciones del Mayo Francés, es sólo que no hemos sabido estar a la altura de nuestros sueños. Somos razonablemente libres, pero la libertad, como bien explicó Sartre, no nos hace felices, en todo caso nos deja en la angustiosa tesitura de tener que elegir a cada momento qué hacer con nuestras vidas. Entender que ese desafío, además de angustioso, resulta fascinante es lo que acaso nos falta para recuperar la paz de nuestro espíritu, que es por cierto algo distinto de la felicidad o la satisfacción, esas cosas con alas a las que puerilmente creían tener derecho los lectores de Marcuse en los sesenta. 


Me pasa por la cabeza aquella pregunta de Baudrillard, “¿qué hacer ahora, cuando la orgía ya ha acabado?”, en estos días en que muchas pequeñas localidades dan por terminada la fiesta patronal que han estado preparando y esperando durante un año entero. “S´ha acabat la fira”, y la gente deja el pueblo semidesierto, sin darse tiempo para hacerse la pregunta de Baudrillard. ¿Les hizo felices la eclosión furibunda del ruido, los volteos del balancín o los giros de la montaña rusa, la borrachera continuada de las madrugadas con una música hortera a volumen infernal, la suelta de la vaquilla, las caravanas de disfraces…? No lo sé, aunque creo que la fiesta debe continuar al año siguiente, aunque sólo sea para tener algo con lo que ilusionarse. 


Creo que el verano es un poco eso. Hace un calor horroroso, las carreteras se convierten en el escenario ensangrentado de una guerra, los packs turísticos consiguen que hasta Venecia parezca un parque temático, es decir, un ridículo simulacro de sí misma… Pero es que la función del verano es ilusionar, por eso nos ilumina en mayo con los primeros vientos de mar y el olor a crema nivea, desatando la esperanza de tardes leyendo a Stevenson y viajes a tierras exóticas. Esas ensoñaciones, que habitan los territorios del cerebro que se despertaron con la infancia, son sin embargo lo que hace que la vida merezca la pena. Sin ellas moriríamos de prosa, zombis que deambularían por un mundo gélido y sin alma. 


Se acabó la fira, el silencio me permite volver a Joseph Conrad. Los niños chapotean enloquecidos en la orilla esperando otra ola.   

No comments: