Saturday, October 25, 2014

¿ES DIOS UN DEMÓCRATA?



Explico en clase de Ética el tema Democracia. Me refiero a cosas tan loables como la voluntad general de Rousseau o la división de poderes de Montesquieu. La mirada retrocede hasta los lejanos tiempos fundacionales, cuando, en una ciudad llamada Atenas y amenazada por bárbaros y satrapías, un grupo de insensatos con una fe brutal en sus propias capacidades acordaron decidir en asamblea los asuntos que les atañían. 

Cuando traslado -como creo que debe hacer un enseñante- esta peripecia a nuestro contexto, la España constitucional, todo empieza a sonar a hueco y a impostura, la convicción de mi voz se debilita. En el momento en que algún adolescente díscolo y con ganas de sembrar discordia me espeta que la democracia es una tomadura de pelo que sólo nos creemos los cándidos, me entran ganas de darle la razón y marcharme al patio con ellos a jugar al fútbol y hablar de porros y de chatis. 

No siempre fue así. Siendo unos recién licenciados, en una madrugada de dura vendimia, el conocido escritor Antonio Lastra y yo escuchábamos entre las cepas a un lugareño lanzar demoledores ataques contra aquella democracia que entonces asomaba tan lozana, aún no demasiado sombreada a nuestros ojos por los estragos de la corrupción, el crimen de estado, el trabajo esclavo o la prensa fanática. "Los políticos, todos unos sinvergüenzas. Todos del primero al último...", "¿Instituciones? No las quiero, si vienen aquí los árabes yo saco mi escopeta, si le hacen algo a mi mujer o mi hija los mato a todos... Yo no necesito a nadie, si todos hicieran como yo se acabarían la corrupción y la tontería".

Definimos entonces aquellas soflamas como ejemplos de anarquismo reaccionario, y no dudamos en afeársela al señor en cuestión: "sin instituciones no podríamos vivir", "que haya algunos corruptos no invalida todo el sistema", "si no protegemos la democracia entre todos volverán los dictadores...", en fin, la letanía que ya imaginan. 

Un cuarto de siglo después, lejos de haber fortalecido aquellas convicciones como correspondería al caballero maduro, ilustrado y padre de familia que soy, la seguridad con la que me pronunciaba entonces se me antoja como un ejemplo de arrobamiento juvenil. No me he vuelto un anarquista reaccionario, no me veo en condiciones de sacar la escopeta y sigo esperando que las instituciones sigan enhiestas, sobre todo porque, si ellas no nos protegen, habremos de dirigirnos al cielo como los medievales con la esperanza de que sea Dios quien lo haga, y ya se sabe que Él es algo caprichosillo a la hora de designar a sus elegidos. 

Y sin embargo me quedo sin argumentos para contestar al díscolo. Podría callarle la boca como me hizo a mí en el cole el Masca, un indeseable y sádico profesor que me pusieron los curas y que, cuando le dije que Boyer había nacionalizado Rumasa porque sus corruptelas iban a hundir el país, se limitó a contestar que me callara y que no hablara de lo que no sabía. El Masca, por lo visto, sí sabía muy bien lo honrado que era el amigo Ruiz-Mateos. Pero, claro, yo, gracias a Dios, no soy el Masca. 

No sé qué decir, ayúdenme, estoy tan abrumado como cualquiera de ustedes ante la tempestad de ejemplos de que el sistema se ha encarroñado, de manera que me cuesta decir sin hacerme minúsculo que, pese a todo, los corruptos están siendo detectados por la prensa e imputados por los jueces, que sigue habiendo servicios públicos y que próximamente votaremos y, si nos parece que hay que limpiar a fondo, otorgaremos a Podemos la virtualidad de librarnos de La Casta. 

Pero la verdad es que ya no me lo creo, no como para ir por ahí dando clases de legitimidad democrática. En la cabecera del periódico me encuentro a Rodrigo Rato, a Blesa, a los ex-consejeros de Caja Madrid, por cierto muchos de ellos vinculados a la izquierda sindical o partitocrática. Después reparo en un anuncio de un supermercado alemán. Para un contrato de prácticas que supone muchas horas diarias de trabajo y un sueldo miserable piden conocimiento oral y escrito de alemán. En una cadena hotelera, para once horas diarias y cuatrocientos euros al mes solicitan acreditar un master en no sé qué y conocimiento fluido de inglés. 


Y luego voy yo a clase y les digo que confíen en la democracia  y que, como dicen los norteamericanos, Dios está de nuestro lado. Como dijo Tony Judt antes de morir, "algo va mal".

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