Thursday, October 09, 2014

TRUE DETECTIVE



Llego a True detective siguiendo el consejo de Alejandro Lillo, de quien, hablando se series televisivas de las buenas, ya nos regaló un estupendo trabajo sobre la inolvidable A dos metros bajo tierra. La serie, producida por la HBO, consta en su primera y hasta ahora única temporada de ocho capítulos. El proyecto consiste en construir una secuencia completamente nueva cada años, iniciando cada vez un relato, trasladando el marco geográfico y cambiando a los personajes -y por tanto a los actores- principales. Teniendo en cuenta el efecto hipnótico del espacio rural del estado de Luisiana y el colosal trabajo interpretativo de Woody Harrelson y, muy especialmente, de Matthew MacConaughey, parece cándido ilusionarse con una segunda temporada como la primera, pero se me ocurre pensar que si alcanza la mitad de inspiración merecerá la pena. Estamos ante otra obra maestra que nos regala la teleficción norteamericana en los momentos más luminosos de su historia. 

Junto a muchos elogios, algunos tan encendidos como el mío, leo dos críticas; me centro en ellas porque, precisamente por ser desacertadas, me proporcionan algunas claves para invitarles a ustedes a acercarse a esta joya. 

Leo en la Cartelera Turia una crítica dirigida al papanatismo con el que los supuestamente seducidos por la HBO declaramos genial cualquier producto que escupa la mítica productora. No conozco a nadie que se trague una serie televisiva sólo por ser de la HBO, en todo caso atenderá a ella con más motivo que si se tratara de otra cadena, por la sencilla razón de que lo que produce esta empresa es a menudo bueno y en ocasiones brutal, como sucede con The wire y Los Soprano. Los críticos nunca dejarán de sorprenderme: han pasado la vida rajando de las producciones televisivas, y cuando una empresa convierte la calidad en su marca identitaria, entonces nos previenen contra cualquier ingenuo entusiasmo: "no es para tanto", qué listos. 


En un foro sobre la serie leo a un joven que, tras visionar el primer capítulo, dice no estar dispuesto a continuar con lo que considera un relato "lento". ¿Cuántas veces habré escuchado eso antes respecto a una película, una novela o una saga televisiva? Cuando dices que algo es lento, lo que en realidad estás diciendo es que no te gusta, así de sencillo. El peligroso sobreentendido es que lo bueno es lo rápido, como si las largas secuencias de los páramos pantanosos de Luisiana o los intrincados diálogos que se producen en el interior de un automóvil entre Martin y Rust fueran lo aburrido, y lo exigible fueran las persecuciones de coches, las explosiones en cadena y los tiroteos, todo ello salpicado de sangre, terremotos y tías buenas con las tetas operadas. 

True detective, como todo relato que merezca la pena, es un producto problemático y, por tanto, de difícil digestión. Su timing no es el que quiere el espectador, el que su adiestramiento como habitual de las producciones mainstream es capaz de digerir. No trato de defender ningún elitismo intelectual ni apoyar supuestos vanguardismos más o menos inaccesibles, lo que digo es que si queremos ver la tele por las noches mientras cenamos y sin que nos calienten la cabeza lo mejor es poner Telecinco o ver Bones y Castle. 


Dejemos las críticas. True detective es buena porque, para empezar, logra encastrar la peripecia narrativa en un entorno natural que parece impregnar las palabras y los hechos, determinando, sin que ellos lo sepan, las vidas de los personajes. Esto es tremendamente difícil, les sugiero que comprueben de qué manera los relatos convencionales tipo CSI dicen situarse en ciudades como Miami, Nueva York o Las Vegas sin que lleguemos nunca a respirarlas. En True detective presentimos el aire tóxico de los pantanos del sur del Mississippi porque el primer truco que no se permiten sus autores es el de la descontextualización. 

En segundo lugar, True es un relato de personajes que hablan y que miran... las palabras se dirigen a interlocutores que no siempre escuchan y apuntan a significados ocultos que no deben hacerse explícitos porque debemos ser nosotros quienes los descifremos. En cuanto a las miradas, fíjense tan solo en el inquietante opening, enmarcado de forma tan seductora por un tema de The Handsome Family, Far from any road: la evolución del rictus de Martin (W. Harrelson), desde la arrogancia inicial hasta esa mezcla de dolor y horror por la que ha discurrido su vida, tan distinta a lo que sin duda esperó. 


Claro que, si bien el contrapunto un tanto primitivo de Martin es imprescindible, el secreto de esta serie es Rust. Quizá algunos hayan caído en las redes de True detective por la inquietante mezcla de brujería y tenebrismo en la que van internándose los inspectores desde la potente escena inicial, esa joven asesinada ritualmente, pero lo que a mí me ha retenido es el personaje que interpreta Matthew McConaughey, un actor al que he decidido empezar a tomarme muy en serio, pues el trabajo que realiza con Rust no está al alcance de un cualquiera. En el trayecto de doce años que ocupa el suceso asistimos al proceso de degradación de un personaje rodeado de sombras y capaz de fascinar como muy pocos han conseguido en la historia de la televisión, y estoy pensando, sí, en Tony Soprano, Jimy MacNulty, Gregory House o Don Draper. 

Es de la HBO y es fantástica, qué le vamos a hacer. Y es lenta, lo cual supone que la vamos a saborear mucho mejor y que nos dejará poso.   

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