Saturday, December 06, 2014



VIGILA LOS DEMONIOS DE TU ESTÓMAGO

El viernes cinco de diciembre concluyó el ciclo de cine que, bajo la dirección de Javier Bosch Azcona y con el agua como tema de fondo, se ha llevado a cabo durante las últimas semanas en el valenciano edificio de Los Baños del Almirante. El último film emitido, El Balneario de Battle Creek (1994), cuenta con la inolvidable interpretación del personaje de John Harvey Kellog por parte de Anthony Hopkins. 

Estamos ante una historia real, por más que se nos ofrezca en la forma de una comedia delirante, casi una farsa. Conocido por su histórica invención de los cereales para el desayuno -hoy curiosamente mal considerados entre los nutricionistas- Kellogg creó un balneario en Michigan que presentaba al mundo como un recinto sagrado en estado de cruzada permanente contra los gérmenes, las infecciones y los vicios alimentarios. Vicios carnales, habría que decir, pues Kellogg defendía un furibundo vegetarianismo y condenaba la actividad sexual, un desperdicio de fluidos que acercaba al hombre a la tumba, más veloz si ese hombre muestra inclinaciones hacia la masturbación, el Mal de Onán y el síntoma más evidente de la degeneración moral y fisiológica del ser humano. 

Conviene no olvidar que los sucesos que relata la película nos remiten a 1914, unos años después de la tragedia del Titanic y con la Gran Guerra a las puertas. El higienismo de Kellogg, acaso muy imbuido del acrítico cientificismo de los intelectuales decimonónicos, desborda los límites de la compulsión neurótica. La legión de seguidores que acudían regularmente a su establecimiento reproducían sumisamente las delirantes consignas del líder, cuyo estilo autoritario se acerca, acaso en forma de parodia, a los caudillos totalitarios que un par de décadas más tarde completarían la tarea de devastar Europa que las naciones comenzaron en el 14. Una apostilla maliciosa: como Kellogg, Hitler era un celoso vegetariano. 

Es sin duda un relato divertido, hilarante por momentos, pero no estamos ante un film cándido. Yo diría que contiene una potente carga corrosiva cuyas implicaciones pueden muy bien extenderse hasta nuestros días, cuando tan lejos queremos sentirnos del fanatismo por la limpieza de sangre y la contención sexual tan propio de aquel tiempo aún tan victoriano. 

Nuestras sociedades tardoindustriales viven una situación contradictoria: se habla más que nunca de la salud, se le otorga un tratamiento digno de una religión, pero al tiempo se desmantelan los servicios públicos de salud, se suprimen las ayudas a la dependencia y se saturan las urgencias. Se nos exige vigilar nuestra salud, convirtiéndonos en inquisidores de cualquier síntoma que apunte al envejecimiento de nuestras células o al contagio de cualquiera de los virus que nos acechan por todas partes. Como no damos abasto, los mercaderes se encargan de cuidar de nosotros por un módico precio. El resultado es una espiral medicalizadora de la que no sabemos cómo salir. Si no soportamos a nuestros compañeros de trabajo, en vez de hacerles frente nos vamos a la farmacia para adquirir un ansiolítico. "Vigila los demonios de tu estómago", reza una de las consignas con las que se empapelan las paredes del Balneario de Battle Creek. Quizá deberíamos pensar primero en vigilar los demonios de nuestro cerebro.

¿Conocen ustedes algún muerto por la epidemia de las Vacas Locas? Sin embargo aquello -como la gripe aviar, como ahora el ébola, que por cierto sí es devastador en África, cosa que no parece preocuparnos en exceso- tomó un protagonismo deslumbrante en el centro de nuestras preocupaciones. De un lado estamos expuestos a peligros que, como el terrorismo, llegan de lugares remotos y son incontrolables; del otro somos culpables de no haber invertido más tiempo y dinero en evitar que alimentos confeccionados por el Maligno embocen nuestras arterias. También se nos recrimina por tolerar que la vejez vaya haciendo impunentemente estragos a lo largo de nuestra fisionomía, por no estar en forma como para correr la media maratón y "definir" mejor nuestros músculos con horas de gimnasio, por no ser guapos... Cada instante en que nos permitimos el lujo de relajar la vigilancia nos acercamos más aceleradamente hacia la muerte, y lo que es mucho peor, nos alejamos del éxito social. 

Recientemente la simpar página de noticias del servidor Yahoo informaba de que "los científicos" -me pregunto siempre a quienes exactamente designa esta etiqueta- estaban a punto de inventar una pastilla que nos permitiría hacer desaparecer de nuestra memoria los malos recuerdos. Ciertamente hay algunos episodios de mi vida que me gustaría olvidar, pero jamás se me hubiera ocurrido pedirle al médico una pastillita para olvidar el rotundo no que me dio Patricia L. la mañana en que le pedí de salir, dejándome allí con la flor como un gilipollas. Yo les sugeriría que, ya puestos a hacer el ganso, inventarán una pastilla para volvernos definitivamente gilipollas a todos. 


No comments: