Friday, January 02, 2015

VÍSPERAS DE REYES

1. El signo de que continúas siendo imprudentemente joven es que todavía te preguntas cómo es posible que la gente siga cayendo en la misma trampa. Por encima de los cuarenta años ya has visto a demasiados políticos comprometiéndose a hacer cosas que sabes tan bien como ellos que no harán. El día que abandonas la tentación de preguntar alcanzas al fin el buen sentido y, por tanto, la madurez. El secreto del poder radica en la inclinación de las masas a ser engañadas. Acaso sea tal efecto de seducción el que mantiene cohesionadas a las comunidades. 

2 Saber que muchas ilusiones ya no volverán a despertarse en ti y, aún así, entender que es preciso que los jóvenes se ilusionen. Es cuestión de buen gusto no tratar a cada momento de abrirles los ojos al desencanto, como siempre han hecho los cínicos y los maliciosos. Si no me entienden, piensen en los Reyes Magos, cuyo secreto es protegido incluso por las televisiones. 

3. La tribu siempre cree haberse desprovisto de los dioses, pero acaso éste sea el mayor de los hechizos. Miren lo que es capaz de hacer la gente por adquirir un automóvil de lujo o el tiempo que los telediarios dedican a informar de que Cristiano Ronaldo se ha tatuado en las gónadas el nombre de su suegra. 

4. El peligro árabe es inferior al chino. Los árabes son renuentes al capitalismo y a la economía racionalizada, los extremo-orientales asumen sus pautas sin cuestionarlas y las llevan a sus últimos extremos. Los árabes se sitúan a la altura de su leyenda de enemigos de la cristiandad, es esa supuesta enemistad lo que a los occidentales nos preserva de nosotros mismos. Los asiáticos han introducido en el acelerador de partículas la lógica del crecimiento y la sobreproducción sin asumir los contrapesos que la historia desarrolló entre los europeos, capitalismo sin enemigos naturales. Sin sindicatos, sin derechos civiles, sin la tentación del ocio o el tiempo desperdiciado, el modelo chino alberga el potencial de la catástrofe. 

5. Eduardo Punset encarna un destino de nuestras sociedades: un político, es decir, un ambicioso patológico, convertido en gurú del budismo y la autoayuda. Encerrados en nuestras cárceles de prisa nos hallamos a cada momento sacudidos por el demonio de la ansiedad. Acabaremos como Punset, o peor aún, acabaremos leyendo sus libros. 

6. Sólo un enfermo ama a sus hijos por considerarlos el espejo de sí mismo. Los niños, como todo lo que es digno de ser amado, son refractarios por definición, su mundo no es el nuestro. Por más que nosotros nos empeñemos en creer lo contrario, sus dioses y sus fantasmas son intraducibles al lenguaje adulto, que siempre los despecha como puerilidades de las que habremos de liberarles. 

7. Los niños no estiman los objetos que les entregamos. Aman el ritual del don, la mística de abrir los regalos. Se emocionan y con ello desatan nuestra fibra emocional. Después los objetos tendrán el valor que ellos les otorguen, no el que nosotros o algún pedagogo engreído habíamos proyectado. El objeto ingresará en la intimidad de sus juegos en un ciclo simbólico en el que serán los niños quienes decidan qué papel le será destinado.

8. Los niños quieren juguetes porque necesitan construirse una identidad, y ésta ha de ser reconocible socialmente en términos de prestigio. Por eso juguetes olvidados en un rincón son rehabilitados y exhibidos presuntuosamente cuando otro niño entre en casa. 

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