Thursday, February 19, 2015

FARGO





REGRESO A FARGO (Sin spoilers, lo juro)

El vino tiene mucho de imprevisible, un bodeguero puede crear las condiciones adecuadas para que el tiempo lo mejore, pero que el envejecimiento otorgue espíritu y grandeza al caldo o que lo dañe irreversiblemente, eso no hay manera de saberlo con certeza. Aplicada esta verdad a otros órdenes de la vida la conclusión solo puede ser una: a veces el tiempo no te madura, simplemente te hace viejo. 

Cuando se estrena una película o llega una novela nueva puede hacer falta sólo una pizca de originalidad y frescura para que a nuestros ojos asome a muy bajo precio la presunción de la genialidad. Tiempo después la supuesta obra maestra ha perdido su poder de seducción, simplemente le ha pasado el tiempo, se ha marchitado como aquellos que de jóvenes iban de aquí para allá rompiendo corazones pero que, a la primera arruga, empezaron un declinar acelerado que terminó por devastar e incluso precipitar hacia el abismo del olvido su antigua majestad.  

Todo este prolegómeno sirve para explicar mejor lo que a estas alturas ya no me ofrece ninguna duda: Fargo, de los hermanos Coen, es una obra maestra. En esta era en que la teleficción -la norteamericana, es mejor no engañarse en esto-  atraviesa su momento de gloria, los creadores han encontrado un recurso narrativo en películas de los años noventa, y así, tras Fargo, se nos vienen encima ahora la secuelas televisivas de El show de Truman y de Doce monos. No me genera grandes expectativas esta última, seguramente porque nunca he terminado de creerme demasiado a Terry Gillian, cuyos relatos suelen parecerme fallidos y grandilocuentes. La excepción que confirma la regla es, curiosamente, Lost in La Mancha, estupendo documental que narra las desgraciadas vicisitudes de un rodaje inconcluso del Quijote, proyecto que, con nada menos que Jean Rochefort de Don Quijote y Johnnie Depp ¡de Sancho!, confirmó la leyenda de que el inmortal texto cervantino maldice sus versiones cinematográficas. 

Me pasa lo contrario con la de Peter Weir, una peli con enormes virtudes -como otras de su director- que la crítica ninguneó injustamente, creo que por la aureola banal de Gene Carrey y acaso porque Weir suele caerles mal. No entendieron el valor profético de lo que se nos relata con tanta maestría: la amenaza de convertir la privacidad, las emociones, las zozobras personales -eso a lo que en definitiva llamamos "la vida"- en un repugnante espectáculo de reality show donde todo, hasta el dolor, se convierte en merchandising para un público globalizado y enfermo. 

Con Fargo he tenido las mismas reticencias que otros que aman aquel inolvidable film: parece imposible no decepcionar al convertir en una serie de diez horas lo que con tanto talento contaron los Coen en dos y media. Me equivoqué... y no saben cómo me alegro. 

No estamos ante un remake, tampoco es exactamente una secuela ni un spin-off. Lo que se me ocurre decir es que la serie revisita el territorio que ya polinizó el talento de los Coen... Esos parajes helados de Minnesotta donde la nieve se tizna del rojo de la sangre,esas pequeñas localidades desoladas sobre cuyo tediosa paz cae la crueldad de unos criminales despiadados, la mediocridad que vuelve loco al vecino del que nadie espera sino la resignación, los héroes que surgen donde ningún fabulista convencional osaría buscarlos porque parecen cualquier cosa menos héroes. Ese mundo recupera con la serie el hechizo que un día tuvo, un paisaje cruel donde el destino sobrevuela como un cuervo por encima de las tribulaciones de los protagonistas, enviándonos señales misteriosas que nos hacen sospechar que sólo somos sus títeres y que el resquicio por el que creemos poder escapar a su maleficio es sólo la última puerta antes del infierno. 
Lorne Malvo -maravillosamente interpretado por Billy Bob Thornton, un hombre de los Coen, por cierto- es el ángel de la muerte que el Maligno envía a Bemidji para que sepamos que el futuro de nuestras ambiciones es morder el polvo, aunque sea el de la nieve. 
 

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