Friday, May 01, 2015

BALTIMORE




Sé lo que está pasando en Baltimore. Y disculpen la petulancia, pero no hace falta leerse la crónica de todos los episodios de violencia callejera que han alterado la vida en la ciudad para entender el problema, es mejor haber visto The wire, esa "ficción" televisiva que ahora, cuando los barrios están en llamas, se agranda aún más en mi memoria.  

Si nos limitamos a surfear por los titulares periodísticos, podemos conformarnos con lamentar los abusos policiales, por lo visto muy comunes en esa nación donde la violencia no es una anomalía, sino más bien un lenguaje común. Añadamos el componente racista y el círculo explicativo parece cerrado. Otra óptica, también muy exitosa, asume la intervención del Presidente Obama -de quien no habríamos de olvidar su condición racial-, el cual ha repudiado el vandalismo sin sentido de quienes queman coches, lanzan piedras a las fuerzas del orden o saquean comercios, lo que de ninguna forma se puede confundir con una iniciativa razonable de protesta. 

Como tampoco simpatizo en lo más mínimo con el vandalismo, me tienta darle la razón al actual ocupante de la Casa Blanca. Pero entonces me asalta una duda: si la muerte del joven negro detenido por la policía hubiera sido contestada con simples manifestaciones pacíficas en las calles, ¿estaría el mundo entero pendiente ahora mismo de los problemas de la ciudad? ¿Les habría hecho caso alguien? ¿Se hubiera convertido en una prioridad gubernamental la lucha contra los excesos de las fuerzas del orden, por no hablar del problema general de la discriminación racial en Norteamérica?

Cada vez que hablo en clase sobre Nelson Mandela y el final del Apartheid sudafricano, tengo que puntualizar a mis jóvenes alumnos que el racismo no deja de ser un problema cuando ya no tiene un reflejo explícito en las leyes. En otras palabras, que los negros no han empezado a ser como los blancos en Sudáfrica porque acabara aquella atrocidad del apartheid. De igual manera, el famoso sueño que tuvo Martin Luther King no se cumplió porque Rosa Parks pudiera al fin sentarse en el autobús.

¿Quieren que les explique lo que sé gracias a The wire? Verán. Baltimore es la veinteava ciudad más poblada de los EEUU y la mayor del Estado de Maryland, en la Costa Este. El desmantelamiento de la industria manufacturera se añade a la condición de vecino olvidado de Washington. Para terminar de arreglarlo, la capitalidad del Estado entregada a Annapolis determina que las inversiones públicas no se orienten hacia Baltimore. Es sencillo: las instituciones públicas no llegan a Baltimore, o para ser más preciso, no llegan a los barrios negros de la ciudad, lo cual, teniendo en cuenta que en el núcleo metropolitano el porcentaje de afroamericanos supera el sesenta por cien, da una idea de la problemática a la que nos enfrentamos. La realidad social de la gente de color ofrece un paisaje desesperanzado de paro, economía sumergida, narcotráfico, desescolarización y violencia. 

A lo largo de los sesenta capítulos de The wire asistimos a los denodados esfuerzos de un departamento de investigación de la policía por descabezar las redes de narcotráfico que se han enseñoreado de los barrios duros. Los corners, como los llaman los agentes, son el reino nada oculto de los jóvenes -a veces adolescentes- que venden drogas, defendiendo con uñas y dientes su territorio de otras bandas, y que huyen de una policía mal dirigida y hastiada cuyos agentes saben que en cualquier mal paso les pueden sacar una pipa y matarlos. No es fácil ser un negro en Baltimore. Si quieres ser honrado, como quiere la madre de ese crío al que ayer sacó a patadas de una algarada, corres el riesgo de que te apalicen por pringado o chivato, si optas por caer bajo la protección de los narcos, tu destino es morir de un tiro o pasar a una de las superpobladas penitenciarías del Estado. Es difícil ser un negro en Baltimore, pero también lo es ser un policía. Y conviene saber que el porcentaje de agentes afroamericanos es también muy alto, se trata de salir de la miseria. 


¿Necesitamos más explicaciones? La muerte de Freddie Gray durante su detención es el detonante de un motín que, por cierto, ha tenido eco en otras ciudades del país, pero las causas son más profundas, van mucho más allá de una circunstancia puntual. 

Se asocia al neoliberalismo triunfante desde los tiempos de Reagan la idea de que nunca los ricos son suficientemente ricos ni los pobres suficientemente pobres. En Baltimore encontramos en estas horas algunas de las consecuencias de semejante abominación ideológica.  

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