Saturday, June 13, 2015

PEDRO ZEROLO


Con la perspectiva del mucho tiempo transcurrido, se me ocurre pensar que mi destino ha quedado de alguna forma marcado por la muerte del padre de mi madre, quien a mí me parecía el mejor de los abuelos posibles, y que cayó prematura y cruelmente por un cáncer de pulmón, una espeluznante ironía teniendo en cuenta que jamás encendió un cigarrillo. "¿Por qué te lo llevas justamente a él?", preguntaba a ese dios supuestamente justo del que me hablaban los curas en el colegio. Es una suerte que Dios no exista, porque la oficina de quejas y reclamaciones estaría colapsada. 

Que yo hable bien de un político es más difícil que aquello del camello pasando por el ojo de una aguja. No tendré el mal gusto de preguntarle al Supremo Deshacedor por qué se ha llevado a Pedro Zerolo y no a la larga serie de indeseables cuyos nombres y caras me vienen ahora mismo en tropel a la mente. En cualquier caso no me privaré de lamentarme por esta injusticia: el hombre que tan tempranamente se ha llevado el cáncer -ese hijo de puta nombrado a menudo como "una larga enfermedad"- fue alguien muy grande.  

Yo creo que Zerolo nos enseñó algo incluso a quienes ya nos considerábamos convencidos. Eran los años del orgullo gay en que se paseaba por Chueca con su pareja, cuando transmitía ilusión en mítines y entrevistas con aquel lenguaje eufórico que recordaba a la inocencia del postfranquismo. Yo llegué a creer que podíamos estar ante el gran líder que la izquierda venía necesitando desde que descubrimos que Felipe González era un farsante. Entonces parecía elevarse espontáneamente como líder de una marea emergente e incontenible que convirtió la exigencia de igualdad de los homosexuales en vanguardia de la lucha por los derechos civiles. Los gays dejaban de ser aquellos infortunados a los que maltratábamos en el colegio para convertirse en una corriente admirable, capaz de servir de ejemplo a todos los demás.   

Es inusual, pero algunos políticos arrastran un enorme poder de seducción sin que ello les convierta en populistas. Pedro Zerolo se encontraba en ese difícil punto de unión entre el hombre de acción con un potente horizonte moral y el integrante de una fuerza partidaria e inevitablemente burocrática. En ese punto -que tiende a ser punto de fuga por desgracia- es posible recuperar la fe en la política y pensar en los programas como la transmisión de unas expectativas que ya están en las casas y en las calles, eso de lo que ahora presumen tanto los nuevos partidos. 

Zerolo se sintió fuerte en el territorio de la legitimidad moral, allá donde los demás se diluyen, allá donde llega el momento de poner en práctica principios que parecen bonitos pero que luego requieren coraje y honestidad para llevarse a cabo. "Todos iguales, todos diferentes", si supiéramos hacernos partícipes hasta sus últimos extremos de la filosofía que arrastra esta fórmula tendríamos sin duda una sociedad más justa. La historia está atravesada por insurrecciones empeñadas en dar la palabra a los silenciados y devolver su dignidad a los que han sido arrinconados o malditos. Se me ocurre pensar que acaso "civilización" consista precisamente en eso, en el valor de quienes se unieron para devolver el orgullo de existir a los que la historia obligó por los siglos de los siglos a vivir en el armario de la vergüenza.   

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