Friday, October 30, 2015

SOBRE EL RECHAZO


Toda autobiografía posible se halla atravesada por los múltiples rechazos que hemos sufrido.  Y digo bien, "los que hemos sufrido", pues no contabilizamos aquellos que nosotros infringimos... otros los sufrieron, pudimos permitirnos el lujo de restarles trascendencia. En cualquier caso, y por más motivos que busquemos, por más que terminemos hallando justificaciones razonables, jamás podremos perdonar el rechazo. 

No soy una víctima, no comparto el placer que muchos otros experimentan por serlo; lo que digo es que las exclusiones que hemos padecido dejan una traza tan profunda en el centro del alma que, a poco que uno cargue más de la cuenta el café de la mañana, sus cicatrices tirarán de la piel para que no olvidemos el daño que ya hicieron en el pasado. 

A este respecto advierte Cioran que la única manera de no sucumbir a la rabia consiste en renunciar a escarbar en la memoria. Tiene razón, pero el pensamiento de Cioran es por definición suicida, y sabe que es inútil esforzarse en olvidar, pues la memoria tiene vida propia y regresa siempre que le place para cobrarnos sus facturas, más onerosas a menudo de lo que hubiéramos podido imaginar. Y hace bien: como mamíferos, sólo sabemos quiénes somos en la medida en que recordamos cuántas veces nos vimos obligados a huir, cuántas hubimos de comernos el orgullo y asumir que no nos querían, no al menos aquellos por los que más deseábamos ser queridos. En realidad no somos otra cosa: el poder para sobrevivir a los rechazos sufridos. 

Los periodistas que hablan de mobbing escolar saben poco en realidad del dolor que experimenta un niño ante el rechazo de sus compañeros. Los críos son naturales, y eso les hace fascinantes, pero también son depredadores y hasta obscenos en su crueldad. Debemos perseguir el acoso pero, en última instancia, el acosado sabe muy bien que los golpes son sólo la última estación de un proceso muy largo que empezó el día en que alguien se percató de que aquel niño, por alguna razón, tenía algo que lo hacía diferente y, en consecuencia, sospechoso. 

Si supiera hacer ver a ese niño que el rechazo no hace sino fortalecerle yo sería el mejor maestro del mundo, pero esa verdad, acaso la única importante, no puede transmitirse. El niño acosado sólo siente dolor porque, equivocadamente, presiente en el desprecio ajeno el estigma del fracaso propio.  Nosotros, adultos, no hemos dejado con el tiempo de ser vulnerables, pero ya no lo somos de la misma manera, a la intemperie, y hemos aprendido a intuir que tras cada nuevo rechazo sólo existe el plan oculto del destino para hacernos más grandes y más fuertes. 

Cada vez que a lo largo de mi vida he abandonado, un contexto donde sospechaba que no estaba mi lugar, he experimentado en el trasfondo de la frustración un misterioso placer que asocio al vértigo del vacío de hogar característico del nomadismo. No nos quieren, prefirieron escoger a otro o simplemente dejamos de gustarles. Me tienta decir aquello de "ellos se lo pierden", pero no, prefiero pensar que soy yo el que sale ganando al poder escapar de un lugar donde no se me aceptaba o, en todo caso, sólo si accedía a vender barata mi dignidad. Quizá después de todo acertaron al despedirnos, fue lo mejor para todos. 


Se me ocurre pensar que tienen razón los pueblos que, como los judíos o los gitanos -acaso más estos últimos, puesto que nunca cayeron en la tentación de soñar con una patria perdida- se sienten elegidos por los dioses. Nadie como ellos ha construido su historia desde el sentimiento de haber sido excluidos, nadie como quienes han sido expulsados de todas partes puede saberse miembro de una casta con ínfulas aristocráticas. 

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