Saturday, February 20, 2016

UMBERTO ECO, 1932-2016.



Yo creí durante años esa paparrucha infantil de que si te cuidas siquiera con el pensamiento de los que amas la muerte no se atreve a venir a buscarlos. El día que murió Marlon Brando me hice mayor: por más que antes de aquello buscaba a menudo noticias sobre él para saber que andaba bien, llegó inexorable la mañana en que supe que el hombre al que siempre quise parecerme también había caído. Debería haber leyes contra las mañanas, hoy, tras el café, pongo la web de El País y en vez de torturarnos con las líneas rojas de Podemos o insuflarme pesimismo con el último diagnóstico de la agencia Moody´s, me salen -como si tal cosa- con que se ha muerto Umberto Eco. 

La primera vez que oí hablar de Eco como algo más que el autor de ese coloso llamado "El nombre de la rosa" fue en la facultad, cuando estallaba aquella moda -entonces lo parecía- de la semiótica y el Departamento de Estética de la Facultad de Filosofía ofrecía un seminario sobre sus libros. Leí "Obra abierta" en aquella colección de color rojo que se desencuadernaba a la mínima, una audacia de Planeta-Agostini que se atrevió nada menos que con las grandes obras de la filosofía contemporánea, una aventura de locos en un país donde "nuevos filósofos" eran sólo tipos como Kierkegaard u Ortega. Muchos años después, cuando sus escritos ya formaban parte esencial de mi vida, Justo Serna -un acérrimo seguidor suyo, y que busca refugios en sus citas a la menor oportunidad- me dijo una noche que había podido estar junto a él en la Universidad de Bolonia. "¿Y cómo es?", le pregunté con la candidez propia del fan de una estrella del rock. 


Ciertamente, Eco ha sido una estrella... sí, de esas a la que los pelmas insufribles de las altas instancias académicas creen poder mirar con cierto desprecio porque su supuesta ansia de fama y fortuna le llevaba a derivar por las aguas de la baja cultura, la política en el fango o el relato de masas. Es cierto en parte: Eco pasaba de investigaciones semiológicas sesudas y abstrusas a intentar convencernos de que estábamos regresando a la Edad Media, convertir la toma de Jerusalén por Saladino en una retransmisión radiofónica en riguroso directo o aseverar que en la espiritualidad del zen estaba el destino de Occidente.

Se prodigó demasiado, es posible, quizá a veces es sano guardar silencio, como aquellos frailes medievales que tanto le fascinaban. Pero la reclusión monástica también es a menudo una excusa para esquivar la obligación moral de pronunciarse y arriesgar. Silvio Berlusconi, fustigado insistentemente por Eco, que le presentaba como paradigma de la corrupción de la democracia contemporánea, tuvo que sufrirle, aunque no creo que lo entendiera demasiado, pues el arma predilecta de su enemigo, la ironía, parece lejos del alcance del cavagliere y sus adeptos. Si Eco hubiera callado tanto como indica la cautela ahora tendríamos menos literatura suya que disfrutar, y eso sería malo, porque sus escritos son casi siempre divertidos y emocionantes. 

A mí Umberto Eco me ha enseñado muchas cosas. En aquel estudio tan enormemente influyente sobre Superman y otros héroes de la sociedad de masas me hizo entender que, si el investigador renuncia a la llamada "down culture", entonces funde en negro la parte fundamental de la constitución del sujeto contemporáneo y, en lógica consecuencia, lo deja expuesto a la voracidad de los depredadores: la Disney, la televisión o cualquier otro poder formidable desde las que se alimenta la dominación cultural. También me enseñó a mirar la obra de arte como algo más que monumentos permanentemente amenazados a los que había que proteger más por su valor museístico como por su "apertura", es decir, por su capacidad para seguir fecundando la cultura e iluminar nuestras vidas. O que la democracia en realidad es el nombre de uno más de tantos campos de lucha donde la supervivencia está siempre en peligro y todo es precario y quebradizo. O que los mafiosos, los demagogos o los ídolos masivos no dominan el mundo por casualidad o porque la gente sea idiota... No sigo, si me pongo ahora mismo a revisitar las obras de Eco que tengo en casa ya no acabo este artículo, que sólo es a fin de cuentas, un escrito de urgencia surgido desde el lamento en que se alzando el sol esta mañana de invierto.

 Justo Serna tuvo alguna vez delante a Umberto Eco, yo ya no podré.  

4 comments:

Anonymous said...

Reconozco que mi negligente falta de sensibilidad siempre me hizo ver a Eco como un escritor, no como un filósofo, que aunque también escriben (o deberían) se supone que no exponen sus pensamientos pasados por la batidora de una benevolencia solo posible a través de la fe. Yo también tengo envidia sana de su amigo Serna, tal vez sea el karma lo que haya producido que a casi todos los pensadores que he conocido hayan sido una decepción. Tal vez por eso, y por su post, relea a Eco con desde otra perspectiva, no obstante fue él quien dijo aquello de “escribir es el arte de generar interpretaciones”

No soy de la generación de Eco, creo que por bastante, pero como dijo Sabina; me duermo en los entierros de mi generación. (se supone por la cantidad, claro, no por sueño)

Miguel Angel.

David P.Montesinos said...

La frase cantada por Sabina tiene mucha miga. Creo que va en el sentido cuantitativo que usted comenta, pero puede tener algo de metafórico, por aquello de que lo que aquella generación hizo o deseó hacer ha sido dado por muerto en innumerables ocasiones. Pero es un entierro que nunca se consuma, es un muerto muy vivo que siempre vuelve.
He conocido pensadores muy decepcionantes. Quizá a la mayoría de ellos les pidamos demasiado, que sean coherentes, que vivan consecuentemente con sus ideas... No sé, se me ocurre pensar en la decepción de aquel que fue a loar a Fernán-Gómez, con el resultado que todos recordamos.

Anonymous said...

Que gustazo leer sus interpretaciones, ojalá sean certeras, aunque yo pierda mi apuesta intelectual tan estrepitosamente que me lleve a la ruina neuronal. Sin embargo, esos muertos tan vivos permanecen como mero merchandising, el 68 abrió las puertas a la generación más desengañada de la historia, la peor de las cosechas intelectuales, aquellos que contaban con todo para lógralo y fueron estafados, dejándoles a unos la sensación de haber hecho el gilipollas y a otros la idea clara de que unirse al fuerte es el único camino.
Nunca fueron tantos y tan convencidos de sus fines como esa generación, y nunca tantos y tan convencidos fueron anulados y traicionados como esa generación. “cada noche me invento, todavía me emborracho, tan joven y tan viejo….)
Nada de adiós muchachos….

Miguel Angel.

David P.Montesinos said...

Yo conocí en tiempos mozos a muchos de aquellos, cuando estuve cerca de un lustro entero en la única emisora libertaria -entonces se llamaron "radios piratas"- que ha sobrevivido tenazmente a todo. Vi gente de todo tipo, auténticos héroes y auténticos hipócritas. Las grandes ilusiones y los aspavientos más deslumbrantes arrastran las mayores decepciones. Eso es cierto, y no voy a ser malvado y escorarme hacia la "izquierda real" y referirme a los años del felipismo, resulta demasiado deprimente. Curiosamente Radio Klara continúa emitiendo. Uno hace mucho el gilipollas durante su vida, yo el primero, pero siempre es menos arriesgado no hacer nada y, como usted dice, unirse al fuerte como único camino.