Saturday, April 09, 2016

PARAÍSOS FISCALES


¿Por qué pagamos impuestos? Si usted lleva a un crío a un colegio, su pretensión es que el establecimiento contenga dependencias presentables y cuente con profesionales capacitados, de manera que el servicio que usted reclama sea dignamente atendido. Así es también con la atención hospitalaria, las carreteras, el alumbrado público, la vigilancia policial, la judicatura... Es obvio que si uno se siente en condiciones de exigir que tales servicios funcionen correctamente es porque cumple sus obligaciones fiscales. Si no lo hago, además de perder esa legitimidad, estoy delinquiendo, pues defraudar a la recaudación pública equivale a robar a mis conciudadanos. 

Será muy obvio, pero parece que, al menos en este país, resulta difícil entender que quien hurta carteras en el metro no es más ladrón que quien defrauda a la hacienda pública. Todos odiamos a los terroristas, a los narcotraficantes, a los tratantes de mujeres, pero a muchos les flaquea la indignación cuando votan a partidos que toleran e incluso fomentan la corrupción. Tal sucede con los paraísos fiscales: no se nos ocurre exigir que los programas electorales contemplen la lucha contra ellos, lo cual implica que no somos conscientes del daño que nos están haciendo y, lo que es aún peor, que no nos molestan en exceso los sinvergüenzas que de ellos se benefician.  

El modelo demoliberal en el que vivimos nos explica que debe existir la libre competencia entre los productores porque nos permite conseguir mercancías de más calidad y a mejor precio, lo cual estimula la producción, pues el empresario exitoso consigue beneficios que reinvierte en el proceso, generando puestos de trabajo y, en definitiva, la prosperidad general. No tengo grandes apuros en reconocer la potencia de este razonamiento, en el cual se basan la sociedad burguesa y por tanto la modernidad al estilo occidental tal y como la elucidaron intelectuales tan influyentes como Adam Smith o David Ricardo. 

No es una simple estrategia económica, estamos ante un contrato social de dimensiones colosales. Podemos poner en duda este modelo por muchas razones, pero en la vigente versión globalizada del capitalismo nada rompe con tanta violencia el círculo virtuoso liberal como la existencia de los paraísos fiscales. ¿No es evidente? Las élites crean sociedades que trasladan sus beneficios a islas de piratas, desde donde operan para especular y convertirlo en más dinero. El delito es doble, por una parte se esquiva al fisco nacional -lo que no impide a los ricos ser gorrones de impuestos, pues sí gozan de los servicios que los demás financiamos-, por el otro el dinero negro termina siendo blanqueado, pues en algún momento quien lo esconde habrá de sacarlo para gozar de él.  

No estamos ante un fenómeno eventual ni ante un caso de inmoralidad por parte de algunos tramposos a los que hay que perseguir. Los paraísos fiscales son parte esencial de la lógica del sistema actual y los actores fundamentales de la política no los combaten porque ni se atreven ni quieren perjudicar a las élites. 

¿Delincuencia? Desde luego, pero no estamos hablando de tipos con parche en el ojo y cara de querer envenenar a James Bond. Las grandes empresas del mundo tienen filiales en países como Panamá, donde no solo les guardan en secreto sus activos y les proporcionan grandes beneficios, sino que además con ello les ayudan a obtener condiciones más favorables en otros lugares. No es un mecanismo residual. Insisto, como explica el economista Juan Torres en su web, "los paraísos son la base de las operaciones financieras de la nueva economía globalizada". A las macroempresas no les hace falta instalarse allí, basta una línea de teléfono, son en tales espacios empresas virtuales, pero consiguen objetivos muy reales, algo que saben muy bien quienes controlan la financiación del terrorismo o trafican con activos devengados por el tráfico de armas, de drogas, de personas. 

Delincuencia, sí, pero es la lógica del sistema la que determina la existencia de las Pánamás y las Islas Caimán del mundo. En primer lugar porque son hijas de un orden en el que el capitalismo productivo ha quedado totalmente desbordado por el especulativo; en segundo lugar porque los beneficios empresariales han crecido brutalmente desde que la doctrina neoliberal de privatizaciones y recortes se impuso como una religión desde los tiempos de Thatcher y Reagan; finalmente porque la revolución internáutica permite movilizar activos a toda velocidad y con cero limitaciones. 

Lo primero que demuestran los papeles de Panamá es que el periodismo -el bueno, el audaz, el de verdad- sigue siendo tan imprescindible para la supervivencia de la democracia como en tiempos de Watergate. Pero lo más urgente es entender que el verdadero capitalismo global de nuestra época es el financiero, un capitalismo sofisticado y acelerado hasta el delirio que crea toda suerte de mecanismos complejísimos para especular y multiplicar los beneficios. Ya no se trata de obtener divisas para invertir en empresas que produzcan bienes tangibles, sino para venderlas a mejor precio en otros mercados. Como explica Torres, es irremediable que en esta lógica se presione a los Estados para eliminar los impuestos. Las élites deberían poder hacer lo que les apeteciera, es decir, ganar dinero como siempre, pero con menos frenos que nunca. ¿Cómo nos atrevemos los plebeyos a acusarlos de inmorales por guardar su dinero en islas de piratas si lo que deberíamos hacer es evitarles la tortura de pagar impuestos? Supongo que en eso consiste la eficacia absoluta de los mercados completamente desregulados de la que hablan los neoliberales. Viva Panamá.   

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