Friday, October 28, 2016

LOS MUERTOS

¿Cómo nos relacionamos con la muerte? Es esta una pregunta "de humano", pues aunque los animales se protegen instintivamente, sólo nosotros vivimos bajo la certeza de que somos caducos. Cuando Heidegger habla del hombre como "ser-para-la-muerte", está dejando fuera de campo cualquier expectativa de convertir la vida en tránsito hacia la eternidad. No hay tal cosa, nada es eterno, sólo alcanzamos la sabiduría cuando asumimos nuestra precariedad con todas las consecuencias. No se trata de ir contra la religión -quizá sólo se llega a amar verdaderamente a Dios cuando entendemos que la vida es irrepetible-, sino de aceptar que nada que no esté destinado a desaparecer es imaginable. 

Imaginemos que dos viajeros griegos, retornados de unas guerras, se encuentran en algún rincón perdido del Asia Menor con un pastor con el que, por mor de conocer costumbres exóticas, deciden conversar. Este les comunica, con toda dignidad, que a sus familiares muertos los devoran, ante lo que los dos griegos experimentan una arcada difícilmente reprimible. El asiático, visiblemente ofendido, les pregunta qué hacen ellos con su gente cuando fallece. El primero, procedente de alguna isla no muy conocida del Egeo, explica que su pueblo incinera los cadáveres, a lo que el pastor responde con una arcada. El segundo, convencido de que sólo entre los suyos se encuentran la razón y la piedad, afirma que su pueblo practica la inhumación, a lo que responde con una arcada todavía mayor y acompañada de un vómito. Para un sofista un relato como éste confirma las teorías relativistas; lo que a mí me indica es que la manera en que el tratamiento a los muertos otorga las señas de identidad determinantes a toda las comunidades humanas.


El problema es tan antiguo como los neanderthales, unos señores entrañables sobre los que últimamente me ha dado por leer. No sé si somos conscientes de que no siempre hubo una sola especie de homínidos inteligentes sobre el planeta, como ahora sucede. Neanderthal es anterior a nosotros, pero no es nuestro antecesor, sino, por lo que ahora se sabe, una rama distinta de un antepasado común. Convivieron largo tiempo con nosotros, y no acaba de estar demostrada la presunción de que en algún momento hubo intercambio genético. Tendemos a pensar -y planteamientos como el de En busca del fuego nos refuerzan- que eran sumamente primitivos y que sólo llegaron a esbozar conductas racionales en la medida en que emularon las de los sapiens. Hay sin embargo interpretaciones muy distintas, según las cuales es posible que fueran ellos los primeros en saber proveerse de fuego, desarrollar una industria de herramientas, proscribir el canibalismo o enterrar a los muertos. 

Explica Arsuaga en La especie elegida que estas prácticas las llevaban a cabo asociándolas a ciertas liturgias. ¿Qué pretendían? Quizá trataban de explicarle a sus dioses que, una vez cumplida por el finado la obligación de vivir noblemente, ahora se les otorgaba a ellos la de ponerles en disposición de cuidar de la tribu. 

Presumo que es esta última la función de los muertos. "¿Por qué vas a volver a tu país si tus familiares están todos muertos?", "porque están en mi memoria", contesta Silvia en la última escena de La intérprete. Cuenta Baudrillard en su obra más fascinante, El intercambio simbólico y la muerte, que entre los primitivos nada tiene más prestigio, ni siquiera los ancianos, que los muertos. Son estos quienes, si la tribu sigue los ritos que sirven para convocarlos, mantienen el hechizo que protege a la tribu. 

Hemos creado una civilización expansiva, racionalista y tecnológica... Podemos prolongar la vida mucho tiempo, talar millones de árboles en un suspiro y viajar hasta rincones muy alejados de la galaxia, pero no nos gustan los muertos. Morirse es un escándalo, una incomodidad con la que nos importunan nuestros vecinos, nuestros familiares o nuestros compañeros de trabajo. Hemos renunciado a integrar la muerte en los ciclos simbólicos que constituyen toda comunidad, incluso la nuestra. Por eso no aceptamos siquiera que Elvis Presley o Walt Disney hayan muerto. Pero el problema no es la muerte, ella es la condición misma de la existencia, la línea de sombra desde la que se alza esa tenue y frágil llama que constituye la existencia... el problema es la incapacidad de la sociedad contemporánea para entenderse con los muertos. 

... Y sin embargo, yo a veces siento, cuando deambulo por ciertas calles, que están ahí observándome, que de alguna manera iluminan mi existencia y me advierten secretamente de los peligros que amenazan con destruirme, con destruir a la familia, con destruir a la comunidad.   

Friday, October 21, 2016

LA RELIGIÓN EN LA LOMCE

Entre los numerosos esperpentos creados por el Gobierno de Rajoy no ha sido el menor el del Ministerio de Educación, dirigido por José Manuel Wert. Nadie, absolutamente nadie fuera del PP se ha privado de reprobar su trabajo. ¿Por qué se premia a un mal ministro con un opíparo puesto de trabajo en París, para más inri al lado de su novia? Retorcido, pero sencillo si nos atrevemos a pensar mal, que es lo mejor que debemos hacer cuando la derecha se hace cargo de los servicios públicos, en los cual no cree salvo para regalárselos a sus acólitos: Rajoy le dijo a Wert que tenía cuatro años para cargarse la educación pública. Se habría de tragar muchas situaciones desagradables, como la de aquellos universitarios premiados que le negaron el saludo, se crearía legiones de enemigos, pero al final sabrían agradecerle generosamente los servicios prestados, pues se trataba de favorecer la privatización de los servicios educativos. 

La mayor obra que Wert nos lega es la LOMCE, enésima ley de educación y que tiene el mérito de haber puesto de acuerdo en su contra a todas las fuerzas parlamentarias, excepto, claro está, el partido de Rajoy. Es curioso que ahora, cuando el PP se ve en la necesidad de pactar, sus portavoces arguyan que siempre estuvieron dispuestos a hacerlo. Respecto a la LOMCE no dudaron en pasar el rodillo, les presentaron cientos de enmiendas y no aceptaron ni una. Ante la proximidad electoral, la sensatez mandaba demorar su aplicación en las comunidades autónomas, pero, muy al contrario, optaron por acelerar el calendario, de manera que, si perdían, pondrían a los nuevos gestores en todo tipo de apuros, y si ganaban, ya se encargarían ellos mismos de lidiar con los numerosos desperfectos. No contaban con que estaríamos más de un año en el impass del desgobierno, o que, de volver a gobernar, lo habrían de hacer en minoría y con la perentoria exigencia de negociarlo todo. La Lomce nació muerta, pero es un zombi que nos va a estar molestando durante mucho tiempo, pues ahora su detención ya no es posible a corto plazo. 


Soy profesor de Filosofía. Ya no doy la materia a la totalidad de alumnos de 2º de Bachiller, donde Wert la ha convertido en una optativa más entre otras muchas para la especialidad de Humanidades. Dada la trascendencia que yo le otorgo a la Filosofía, no es difícil imaginar cómo me ha caído esta postergación que pone a la más antigua de las ciencias al lado de la Psicología, la Religión o la Economía de la Empresa. 

Hay no obstante un detalle en que no hemos reparado lo suficiente y que creo que tiene una trascendencia determinante en el espíritu de la letra lomciana: el estatus de la asignatura de Religión. 


Hasta que se aprobó la LOGSE, la Religión era, como recordamos los que peinamos canas, alternativa a la Ética. No está mal del todo teniendo en cuenta que hasta el final del Régimen había sido obligatoria, mecanismo propio de los Estados teocráticos como Sudán, Arabia Saudí o Pakistán, en los cuales rige la sharia o ley coránica. Dados los acuerdos con la Santa Sede y la inevitable presión de los derechos constitucionales propios de naciones laicas, la Religión continuaba, pero convertida en asignatura de segundo rango, sin evaluación posible y con la llamada "Actividad alternativa" como posibilidad del alumno para esquivarla. Aquello hizo más evidente lo que ya sabíamos de la alternativa anterior: se trataba de castigar a los alumnos que no dieran Religión, obligándoles a quedar en el Centro sin ocupación determinada para garantizar el supuesto derecho de sus minoritarios compañeros a recibir la enseñanza doctrinal que sus familias reclamaban. 

Con la LOMCE, que recupera la optatividad Religión/Ética, nos hemos subido a la máquina del tiempo, una regresión en toda regla que no ha sido aún peor -es decir, obligar a todos los alumnos a ir a Religión- porque la democracia es a veces un fastidio muy grande. 

¿Y por qué no clases de fe coránica o judía? No me hago demasiado esa pregunta porque no quiero dar ideas, ya que se me ocurre si no tendrían también ese derecho los Testigos de Jehovà, los Adventistas del Séptimo Día, los Cienciólogos o los adoradores del diablo, que también tienen su corazoncito, aunque sean menos que los católicos. 

Pero yo tengo una pregunta mejor. Si en todos los cursos de la ESO se da Religión con la Ética como alternativa, ¿por qué entonces se opusieron tanto a la Educación para la Ciudadanía? Lo que han conseguido es que dicha asignatura -ahora llamada Valores Éticos- se extienda por todo el periodo secundario, desde los 12 hasta los 16 años. 

En cualquier caso el planteamiento es fácilmente rebatible. La Religión no puede ser alternativa a la Ética porque son disciplinas incomparables. El enemigo del laicismo cree que los valores éticos deben fundamentarse en la fe, pero los principios de justicia y virtud que sostienen las legislaciones morales que rigen la convivencia en libertad no se sustenta en la fe sino en la razón, como se advierte en las constituciones democráticas de las naciones civilizadas o en la Declaración de los Derechos Humanos. 


Una vez más nos ilumina el magisterio del viejo Kant, que, como buen ilustrado, no veía incompatibilidad ninguna entre la fe cristiana que él profesaba y la convicción laicista. El problema del deber no puede ser resuelto desde la Revelación sino desde la Razón, no al menos si lo que queremos es la convivencia en libertad. La Ética no es una ciencia como la Física porque no describe hechos; no es cuestión de razón teórica, sino de razón práctica, ergo sí es materia de razón y no puede privarse de su reflexión a ningún alumno, tampoco a quien en conciencia y de forma privada abrace una determinada confesión religiosa. 

La LOMCE contiene una disposición secreta pero perversa. La Conferencia Episcopal elige a los profesores de Religión, aunque les paga su salario la administración, como a cualquier otro profesor, con la diferencia de que a aquellos no se les exige una oposición, sino ser seleccionados por los clérigos. Cada uno de estos profesores, cumpliendo órdenes estrictas por la cuenta que le trae, pone un diez por decreto a todos sus alumnos, excepto al que le arranca una mañana la cabeza a un compañero, en cuyo caso se conforma con un nueve. Con el tiempo, al comprobar que las medias suben espectacularmente si eligen Religión y no Valores Éticos, incluso los alumnos menos piadosos irán optando por aquella, pues si no quedarán en dramática desventaja a la hora de acceder a los estudios superiores. 

Por mi parte no tengo intención de ponerle un diez en Valores a nadie que no se lo merezca. Pero es que Dios no está de mi lado, es evidente.    
  

Sunday, October 16, 2016

BOB DYLAN, PREMIO NOBEL DE LITERATURA

No veo razón para emplear más tiempo del razonable en el debate sobre lo apropiado de la concesión del Nobel de Literatura a Bob Dylan. Si somos estrictos respecto al concepto literario, entonces parece algo forzada la decisión favorable a un autor con dos libros publicados que, por cierto, ejercen una influencia menor comparados con el grueso de la obra dylaniana, que son sus canciones. ¿Se puede siquiera considerar a Dylan un poeta? Yo cambiaría la pregunta: ¿no será que la estructura de los Nobel se ha quedado obsoleta? El Príncipe de Asturias, por ejemplo, contempla secciones como "Artes" que evitan este tipo de polémicas, de ahí que en 2007 pudiera concedérsele al propio Dylan sin más explicaciones. 

En cualquier caso no pienso preocuparme en exceso. Algún intelectual con vocación de reserva espiritual de Occidente ya ha aprovechado para proponer que el siguiente se lo den a Snoopy, un razonamiento tan demagógico como el de aquel obispo que, a vueltas con la legalización del matrimonio homosexual, adujo que ahora también podrían casarse los tríos o los hombres con sus perros. Quizá, empeñado en que se premie a los escritores puros, éste señor preferiría que el Nobel de Literatura se lo llevara Paulo Coelho, astuto filósofo para ratos perdidos de aeropuerto y al que algún malicioso atribuye la célebre frase: "Sé tú mismo, pero si puedes ser Batman, sé Batman, que está más mejor". 

Escritor o no, lo que parece dificilmente discutible es que estamos ante una figura clave para la cultura contemporánea. Dylan es un mito... en toda la extensión de la palabra, lo cual supone que hay muchas verdades ocultas seguramente prosaicas tras la alargada sombra que su leyenda proyecta. 

Y, sin embargo, quisimos ser como él muchas veces a lo largo de nuestra juventud. Si mi padre imitaba la mirada de Montgomery Clift para seducir a mi madre, yo intentaba que mi pelo rizado me acercara al cantante de Duluth. 

En Mad Men, la teleserie a través de la cual entiendo cada vez con más claridad los años sesenta, en los cuales se forja la mayor parte del imaginario popular contemporáneo, recuerdo al menos dos apariciones dylanianas. En una de la segunda temporada, se habla en Nueva York de que la gira multitudinaria del cantante llega a la ciudad. No es difícil imaginar en aquel momento a la juventud contestataria entonando a coro "The times they are a changin" y la atorrante "Blowin in the wind". 

Pero yo me identifico mucho más con la imagen final de la primera temporada, cuando el protagonista, Don Draper, queda sentado y solitario con su traje y su peinado perfectos en la escalera de su casa. Sueña con que su mujer y sus hijos le han esperado para celebrar juntos Acción de Gracias, pero el hecho es que se han ido. Mientras Don entiende que está perdiendo a su familia, la única que ha tenido a lo largo de su vida, suena "Don´t think twice, it´s all right".  

La historia identifica a Dylan con la canción protesta y lo que en aquellos años sesenta se llamó en América "contracultura". Tras la protesta política se ocultaba la decidida voluntad de escapar a la reja de hierro de una moral represiva y que ya no resistía las oleadas de los nuevos tiempos. Se trataba, en suma, de liberar las relaciones humanas de las mediaciones que las habían prostituido durante milenios. 

Acertado o no ese proyecto, Dylan no se sintió nunca demasiado a gusto dentro de la aureola de líder y profeta. Es ese Dylan el que me interesa, el que respondía con cinismo a las preguntas de sus adoradores, el que rehuía la celebridad y decía no desear otra cosa que enamorar a Brigitte Bardott, el que cogió la guitarra eléctrica y provocó las iras de los fanáticos del folk-singer... 

Veo a Dylan como veo a Draper: un tipo con una incontenible ambición, un ego insoportable y muchísimo talento; un pordiosero que se hizo rico y que, como el judío errante, fue capaz de vivir muchas vidas en una. Hoy Dylan podría ser un anciano más de alguna gris ciudad de Minnesotta, alcoholizado y harto de aburrirse, pero decidió dejar Minneapolis y marchar a Nueva York, donde también hubiera podido quedar en uno más de tantos singers que imitaban a Pete Seeger y Woody Guthrie. 

Bob Dylan es un gran poeta y un músico prodigioso, jamás sus interpretación de una canción suena a lo mismo. En un reciente festival de los Rolling Stones en Brasil, le invitaron a interpretar una canción. Mick Jagger le ajustó el micrófono mientras le miraba con un respeto que jamás le he visto hacia nadie. Es ridículo discutir si merece o no el Nobel, tanto como lo es aseverar que con esta concesión se premia a la "cultura popular". Yo creo que en las canciones y los ritmos de Dylan se presiente una sensibilidad que ya no es reductible al esquema moral de las sociedades disciplinadas. Es otra forma de construir biografías lo que se anuncia, otra manera de entender la propia identidad. Está llena de ambigüedades, incertidumbres y contradicciones, como los mitos que le dieron forma artística, pero es la que tenemos. 

Los tiempos sí estaban cambiando, no sé si hacia bien o hacia mal... pero ese, claro, es otro debate.  

Friday, October 07, 2016

FÚTBOL LÍQUIDO

El Mundial de Balonmano de 2015 se celebró en Qatar, selección sin ningún currículum que acabó subcampeona, perdiendo en la final con la potente Francia por tan solo dos goles. Sería una sorpresa, pese a la condición de anfitrión del combinado catarí, de no ser porque estaba íntegramente conformado por jugadores extranjeros llegados de países punteros en este deporte. A estos jugadores se les pagó una cantidad considerable de petrodólares por nacionalizarse y disputar el campeonato bajo aquella bandera extraña. Se advirtió que, entre el público que jaleaba sus actuaciones, había muchas personas que no parecían nativas. Un aficionado español, por ejemplo, reconoció haber animado con aparente entusiasmo al equipo local, llegando incluso a "traicionar" su condición nacional al apoyar a Qatar en su partido contra España. No es difícil imaginar que le pagaron a él y a otros muchos por hacerlo, pues no parece que haya muchos ciudadanos cataríes que supieran siquiera en qué consiste este juego. 

Sigo, en el Mundial de fútbol que se disputó en Corea llamaba la atención la multitud de aficionados ataviados con la camiseta del equipo que jugaba cada día. Así se advertía un considerable colorido en las gradas, por ejemplo con aficionados de naranja que coreaban a Holanda, de amarillo que lo hacían por Brasil, etc, etc... Todos eran coreanos, y sospecho que con aquello sentían que estaban haciéndole un servicio considerable a su país. 

El fútbol y otros deportes han entrado en la globalización, como tantas otras cosas, a partir de lo que Vicente Verdú llamaría el "capitalismo de ficción". En esta vuelta de tuerca posmoderna, el negocio del deporte de élite se alimenta de un simulacro. Inter de Milán, Real Madrid, Manchester United ya no son simples equipos de fútbol, son marcas, lovemarks, como diría ahora un experto en marketing.  

Así, cuando hoy un equipo español se enfrenta a uno de la Premier League, no parece haber rastro del tradicional estilo futbolístico de las islas, cosa que se explica porque es casi imposible encontrar un jugador británico en sus plantillas, más difícil aún si se trata de entrenadores. Esta deslocalización, y la correspondiente desnaturalización de los equipos, no afecta sólo a los ingleses; si el Sevilla, por ejemplo, se enfrenta al Manchester City, hallaremos más jugadores españoles en este equipo que en aquél. 

Es llamativo que en la liga española ya no se disputen partidos de forma simultánea, es decir, la jornada de liga empieza el viernes y acaba el lunes, con encuentros sucesivos y a horas tan delirantes como el domingo a las doce, al parecer con intención de satisfacer a los clientes televisivos de todo el mundo, sobre todo los asiáticos. 


Los aficionados se han convertido en figurantes. El telespectador taiwanés quiere que estén, y más si son animosos ultras, pues forman parte de la lógica del espectáculo. Lo que está claro es que la hinchada local, máximo sostén y destinatario en otro tiempo del juego, pasa hoy a formar parte de la escena. Se le pide que se pronuncie, que grite, que insulte a Cristiano Ronaldo, que despliegue banderas y cánticos, que haga lo que siempre ha hecho, pero ahora por un motivo sencillo: las cámaras deben encontrar motivos para retratarle. 

Hace tres años el Valencia cf, entidad histórica y completamente arruinada por los especuladores, fue vendido a un multimillonario de Singapur, Peter Lim. "Welcome Mr Lim", proclamaba con inmensos caracteres el marcador electrónico de Mestalla, un estadio con casi un siglo de existencia. Berlanga y Mr Marshall una vez más, sí, poderío financiero llegado como el maná de muy lejos para sacarnos de pobres. Lim vive a tres mil kilómetros, no pasa por Valencia, no es seguro que le informe de que, en ocasiones, el graderío se cabrea porque el equipo es un dislate. "Cultura de club", dicen sus empleados, sabedores de que Meriton, la empresa dirigida por Lim, les paga para mantener un simulacro. 

Un gran club de fúbol construye su leyenda desde el fragor de batallas épicas. "Forjado en el yunque de la adversidad", se ha dicho siempre del Levante. El Valencia no es una marca, tampoco el fútbol español ni la liga nacional. Siempre hubo negocio en torno al fútbol, siempre hubo desaprensivos que rapiñaron con este deporte que los cándidos aman hasta el punto de pagar por la ilusión que genera. Es un entretenimiento ligero, si queremos, pero no es una ficción, o mejor, no es un simulacro, nunca lo fue... Hasta ahora.  

Los mercaderes del capitalismo global se apoderan de los sentimientos para venderlos cuidadosamente envueltos, como la paella congelada, en papel de celofán. Si pudieran, venderían emoción valencianista en bandejas de supermercado. Es lo mismo que hacen con cualquier cosa que se pueda convertir en artículo de consumo. La experiencia misma, aquello que constituye el mapa emocional de una persona, es desrealizado -expurgado de su valor de realidad- para convertirse en folklore. El fútbol, la tortilla de patatas, el centro histórico de las ciudades, el amor... no podemos estar seguros de no haber cruzado todavía la línea roja de lo verdadero, acaso ya sólo vivimos como simulación. 

¿Funciona el trampantojo? No. El Valencia va de derrota en derrota. Es un equipo "líquido". A la búsqueda de una identidad, navega a la deriva sin encontrar un método porque se ha convertido en un monopoly donde los jugadores desfilan pasando apenas dos años y marchando para que los comisionistas se forren con los traspasos. Ningún proyecto cuaja, nada que fuera sólido puede ya abandonar el estado fluido en que lo han convertido. No funciona, no, el equipo parece ir camino de la catástrofe, pero dudo mucho a que a su dueño singapurense tal cosa le quite el sueño. A fin de cuentas, no es mucho más que perder al Monopoly.  

Saturday, October 01, 2016

LOS SOCIALISTAS

Conozco socialistas de corazón que están sufriendo con este desgarramiento del PSOE que amenaza con llevar la organización a toda suerte de abismos imaginables. Son personas libres, sensatas y bienintencionadas que han decidido no someterse al dictamen fatalista de que la izquierda es incapaz de organizar una maquinaria institucional realmente capaz de propiciar una sociedad más justa e igualitaria desde el poder ejecutivo en los Estados europeos. En otras palabras, continúan aferrados a la idea de que todavía es posible en la Europa unificada y en la sociedad globalizada aplicar políticas de defensa de la ciudadanía. 

No soy socialista de corazón porque mis circunstancias biográficas lo impiden, pero me da como para entender que un país sin PSOE, o con el Partido convertido en una fuerza parlamentaria irrelevante, abre una perspectiva inquietante. Pero aún más siniestra es la sombra que se alza sobre nosotros si lo que está en juego en este proceso es la supervivencia de la socialdemocracia, entendiendo por tal la posibilidad de presentar a la derecha una alternativa pacífica y no populista ni antisistema. Quizá esta reflexión me convierta a la postre en socialista de convicción, da igual. 

Pero, ¿es realmente un drama esta crisis? De entrada deberíamos pensar que la verdadera catástrofe no está en los corredores de Ferraz, sino en las urnas, es ahí donde el partido que llegó a arrasar en los años ochenta con diez millones de votos se está desangrando. Por otro lado, esta guerra civil tiene la virtud de poner al desnudo al conjunto de la organización. Para unos -en un discurso apoyado más allá de la deontología periodística por el diario El País-, Sánchez es un insensato que, empezando por no asumir las consecuencias de sus reiterados fracasos electorales, amenaza con llevar al Partido a un desastre aún mayor. Para otros Sánchez, convertido en el Corbyn español, es la respuesta de la militancia al tóxico enganche que los viejos leones del partido mantienen con importantes sectores de la oligarquía económica. 

Pacto con el PP o terceras elecciones, éste dicen que es el dilema, y lo es, sí, pero yo lo expresaría de forma más prosaica: ¿con quién vamos a perder menos votos?

Como quiera que el conflicto de poder y sus urgencias tienden a enfocar las atenciones en lo que al final tiene mucho de show mediático -no hay más que ver cómo se lo están pasando en la televisión de Milikito-, no está mal recordar que el verdadero problema -en ningún caso exclusivamente "español"- es el descrédito del laborismo europeo. Por eso, y a riesgo de ponerme más pedagógico de lo razonable, conviene no descuidar el sentido general de la situación que atravesamos. 

1. El neoliberalismo se impuso como discurso hegemónico en la política-económica anglosajona con el reagan-thatcherismo en los ochenta y erosionó el prestigio de la socialdemocracia heredada del New Deal y autora del Estado del Bienestar. Ese proceso, que alcanza su punto de máxima difusión a inicios de siglo, ha debilitado las instituciones de participación ciudadana, ha incrementado la desigualdad en todo el mundo, ha individualizado y despolitizado a las comunidades y ha puesto el poder en manos de una serie de megacorporaciones que deambulan sin trabas por el mundo condicionando la vida de todos. En una palabra, el neoliberalismo es un fracaso y su supuesta "eficacia" un mito.  

2. El neoliberalismo se autorrefuta hasta el punto del cinismo. Cuando los mercados, incapaces de autorregularse, se cargaron el sistema desencadenando una crisis no igualada desde el 29, acudieron como conejos los bancos a los Estados, es decir, a todos nosotros, para que les salváramos, a pesar de llevar décadas convenciéndonos de que los Estados eran el Mal y los enemigos de la prosperidad. Muchos de los reaccionarios más asertivos que conozco tienen una extraña habilidad para que sus admirables proyectos privados vivan a costa del erario público, normalmente por concesiones de los amiguetes que tienen en el odioso mundo de la política. A eso lo llaman iniciativa empresarial y libre competencia.  

3. Si la realpolitik determina que un partido como el PSOE no puede liberarse del gancho del Ibex y los oligarcas que se supone que les financian, entonces es perfectamente legítimo que se hable de "casta" y se vote a otros partidos, que dentro de la propia organización haya quien explore otras opciones y que, en definitiva, haya quien siga soñando con la esperanza de que votar socialista no sea lo mismo que votar a la derecha. 

Veremos...