Friday, September 29, 2017

RUPTURAS

Ya sé lo que dije, que no volvería a dar la murga con el asunto catalán, pero como dice el Doctor House, "Everybody lies". Está siendo omnipresente en estos días, y malicio que lo va a ser por mucho tiempo, en parte porque muchos catalanes creen que deben asumir ese protagonismo en el momento actual, pero también porque las fuerzas que lideran la célebre colisión les viene de cine para hacer crecer su popularidad entre sus votantes. Rajoy y Puigdemont coinciden en muchas cosas, los dos son malos gestores de la cosa pública y saben que el "procés" les puede ayudar a disimularlo; los dos son de derechas y creen que la desigualdad es un bien; los dos dirigen partidos sumergidos en las pútridas aguas de la corrupción... y, últimamente, me asalta a menudo la impresión de que son un par de irresponsables. 

Otra sensación que me sobreviene recién es la del hastío hacia ese rol de "moderación" o "equidistancia", cuando no de "neutralidad", que desde una y otra trinchera se atribuye a quienes piensan como yo respecto al asunto. Yo no soy moderado, yo soy un demócrata radical, lo suficiente como para entender que en cualquier conflicto, especialmente en los más inflamados, la posibilidad de imponer la propia voluntad sin ceder en nada pasa por arrollar al oponente, algo de lo que ya hemos tenido larga experiencia en la piel de toro. 

Pues bien, andaba yo de matutino paseo hacia el trabajo en estas cogitaciones y desvaríos cuando súbitamente me invadió una nueva y misteriosa intuición, la cual -debo confesarlo- no hace sino crecer según pasan las horas: ¿por qué no aceptar la posibilidad del "adiós"? No pensaba en Catalunya en ese momento, no sólo en ella, pensaba en lo que ha sido mi vida. 

Hagamos memoria. Mi biografía está repleta de rupturas. Decía Cioran que de responder a sus primeros instintos se pasaría el día escribiendo cartas de injurias y despedidas. En mí no son instintos, ha sido la vida, qué sé yo... las circunstancias, mi impaciencia, la plomiza contumacia de mis prójimos.

A lo largo de mi vida he amado a pocas mujeres, lo hice siempre sin grandes añagazas y con pocas traiciones dignas de grandes coros trágicos... las amé a veces con manifiesta imprudencia. Alguna que otra, como es fácil suponer, me dejó tirado en la estacada. No se lo reprocho, merecían a alguien mejor o a alguien peor que yo, estaban desajustadas conmigo y tuvieron la perspicacia para verlo antes que yo. Se fueron, lloré mucho, sobreviví... salí de aquello sin romperme del todo, creo que incluso siendo mejor de lo que fui.  

Ha pasado lo mismo con ciertos vínculos afectivos o del tipo que sea que llegaron a adquirir mucha intensidad. Algunos se cortocircuitaron en algún momento y se apagaron para siempre. A veces, la cómoda posibilidad de satisfacer los deseos de aquellas personas o de hacerles creer que yo era quien ellos creían y seguramente deseaban me hizo quedar entre la espada y la pared... y opté por la ruptura. Dejé de verles y disipé las dudas respecto a si podría vivir lejos de aquellas personas. Son situaciones duras, dejan jirones en el alma, pero la experiencia me demuestra que el martirio de soportar a tiranos toda la vida es mucho más atroz que el miedo a sentirnos solos y desamparados cuando nuestro barco se aleja hacia alta mar de aquella isla de aires pútridos en la que permanecimos tanto tiempo. 

Llevo semanas intentando convencer a los secesionistas de que no me abandonen. En las últimas horas me asiste el desánimo, no es porque crea que van a ganar "la batalla", sino porque si hay algo que pisotea mi dignidad es que haya de acompañarme alguien que no desea hacerlo. Tengo vocación de muchas cosas malas, pero no de pelmazo. Estoy pensando en las tremendas cesiones que el Gobierno de España tendrá que hacer a Catalunya para aplacar por un tiempo la tentación soberanista, como por cierto ya se hizo con el País Vasco. Pienso en lo mal que le va a mi tierra, el País Valenciano, ferozmente discriminado con la financiación de las autonomías y... no sé, pienso que esto de optar por el Estado roto o el Estado de los privilegios es como lo del fuego y las brasas. 

Sí, señores de la Catalunya independentista, yo también pienso en lo mío, a ver si se han creído que los demás somos tontos. 

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