Saturday, December 09, 2017

LO QUE QUEDA DE LA REVOLUCIÓN RUSA

Mi problema con el comunismo es que siempre me pareció inconcebible. Me sonaba a algo así como que los leones dejaran voluntariamente de comerse a los ciervos. Yo no celebro la Revolución Rusa por la misma razón que no celebro la Francesa o la globalización, son procesos históricos demasiado gruesos, no me veo en condiciones de declararme partidario o detractor porque no me gusta hacer el ridículo. 

En cualquier caso nunca fui comunista. Bueno, sí, una temporadita, pero por fastidiar a los curas. Después me pasaron cosas, por ejemplo que empezó a chirriarme mucho eso de ir cantando loas a la causa proletaria para luego irme a casa a ver la Copa de Europa y seguir viviendo a la sopa boba de mi señor padre. Otra que me ocurrió es que algunos de los hijos de puta más grandes que he conocido en mi vida eran convencidos leninistas. Con el tiempo he entendido que Lenin no tiene la culpa de eso, pero no termino de quitarme de encima la consideración de que un leninista es un tipo que, con la excusa de la estrategia revolucionaria para derrocar a la burguesía, no tiene el más mínimo inconveniente en manipular a algunos ingenuos para, llegado el momento, "sacrificarlos" por la causa. 

Entiendo bien que los tipos como yo son farragosos, le ponemos peros a todo y así no hay manera de tomar el Palacio de Invierno. Pero al menos, mi condición de escéptico protege mi lucidez lo bastante como para no caer en la defensa de según qué atrocidades.

Por ejemplo, no puedo entender cómo alguien que dice ser de izquierdas, lo cual para mí significa ponerse del lado de los derechos y las libertades, se dedica a defender prácticas políticas autoritarias. Una cosa es que uno denuncie la hipocresía con la que los reaccionarios se ceban con Venezuela o Cuba y otra es tomar como modelo formas de gobierno que parecen extraídas de una novela de García Márquez. El poder creciente de China no asusta tanto por la pérdida de los referentes ideológicos del maoísmo como porque China, ahora y antes, significa que los derechos humanos valen poco. Y todo esto sin referirme al esperpento norcoreano. 

Temer la disidencia es de cobardes. Levantar paredes y alambradas para que no entren los de afuera es cuestionable, pero hacerlo para que no salgan los de adentro... ¿nos damos cuenta de que es una pura autorrefutación? Es verdad que la Caída del Muro de Berlín no ha traído las libertades que esperábamos, pero era muy mezquino no experimentar en aquellos días la sensación de que uno de los símbolos de la tiranía se desplomaba en el corazón de Europa. 
Añadiría que el comercio es una inclinación universal irrenunciable y necesaria, que el impulso de competir es legítimo, que la burguesía es autora de la mayoría de referentes culturales que amamos, que Marta Harnecker es una pelma... No sigo, el comunismo, entendido como modelo ideológico de oposición radical al capitalismo, se halla en un momento que no sé si es de disolución o de reconfiguración. 

Advierto, sin embargo, que entre los pecios que quedan de ese naufragio hay mucho que rescatar, empezando por los textos de Marx -al que se habrán dado cuenta de que aún no había nombrado- y siguiendo con los de Gramsci y tantos otros, algunos de ellos tachados torpemente de "revisionistas" por los devotos de Stalin. 

Tengo razones, ya las expondré, para pensar que una izquierda heterogénea pero global está configurándose en la actualidad y desde los últimos años del siglo XX. Se vistió de largo con los disturbios de Seattle en 1999 y ha ido atravesando distintas estaciones de paso hasta hoy, desde el nacimiento del Foro Social Mundial hasta los episodios de los Indignados, Occupy Wall Street o la Primavera Árabe. 

Están ocurriendo demasiadas cosas y el mundo cambia demasiado deprisa para quedarnos en bucles melancólicos y seguir flotando entre viejos dogmas. La izquierda se encuentra en una fase de incertidumbre, lo cual es angustioso pero también fascinante. Como dijo recientemente Zizek: "bienvenidos a tiempos interesantes".    

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